Comienza el nuevo año 2017. Nada parece indicar que durante esta nueva vuelta que la Tierra emprende en torno al Sol las cosas vayan a ser muy diferentes. Pero tampoco serán iguales.
Somos un año más viejos y más sabios. Un año más de experiencia acumulada, tanto a nivel individual como colectivo, debería permitirnos afrontar el nuevo año con más clarividencia y acierto.
A pesar de que en lo cotidiano encontramos numerosas razones para el pesimismo, como señala el filósofo francés y Profesor de Stanford Michel Serres en su último libro, la humanidad nunca había vivido un momento más dulce en los últimos tres mil años. Las estadísticas muestran que nunca antes la mortandad infantil, la hambruna o las guerras habían copado porcentajes menores. A la vez, gozamos de una esperanza de vida creciente gracias a los avances de la medicina.
Al estrenar la nueva agenda y calendario lo primero es hacer balance y pasar a limpio la larga lista del “to do”, de las tareas pendientes.
La pantalla del ordenador, reflejo parcial de nuestra mente, aparece llena de archivos por leer, de documentos y tareas por concluir. Son tantos que pueden bloquear el sistema operativo. Se hace pues necesario ponerlos todos en la carpeta de lo “pendiente” ya sea para tratarlos más adelante o para olvidarlos definitivamente.
Poniendo en orden nuestras vivencias del año, lo primero es recordar a los que se han ido y venido.
Es muy triste borrar de la agenda de contactos a los que nos han dejado para siempre, a sabiendas que desde sus teléfonos y ordenadores nunca más llegará ningún mensaje. A la vez, resulta esperanzador conocer a los bienvenidos recién nacidos, haciéndoles un hueco en la pequeña rama del frondoso árbol genealógico de la humanidad que constituye nuestro entorno de relaciones.
Los que llegan no pueden llenar el hueco de los que nos han dejado, pero lo pueden iluminar.
Creyentes o no, sentimos que los que nos han dejado no lo han hecho del todo y mucho menos en vano. Y es efectivamente así pues nuestras vidas cambiaron el día que nos los encontramos por primera vez, y eso no se altera por su repentina y dolorosa ausencia. De igual modo, los que han llegado lo han hecho para cambiar el mundo, en una escala minúscula, pero siempre de manera perceptible e ininterrumpida.
Nuestro futuro como especie está por el momento garantizado. El gran teatro de la vida continua, con sus pasajes más amargos y dulces.
Comenzamos esta nueva vuelta de la noria planetaria haciendo también balance de los conflictos pues la paz es, tras la vida, el bien más preciado. Mientras unos se diluyen poco a poco, como en Colombia, en otros, Siria por ejemplo, no acabamos de ver el final. El derramamiento de sangre inocente que no cesa, el éxodo masivo de familias y pueblos, nos recuerda que la paz global es un objetivo codiciado que se nos sigue escurriendo.
En este frente tenemos nuestro “to do”, nuestra cuenta pendiente particular. Aunque el debate parece seguir atascado en los mismos argumentos de siempre, nuestra paz está ahora un año más cerca. La progresión es lenta pues nuestra memoria humana acumula infinitos gigas. Si aún hoy aspiramos a esclarecer muertes y desapariciones de la Guerra Civil, parece difícil que la necesidad de arrojar luz sobre eventos violentos mucho más recientes vaya a difuminarse en breve.
Son oportunas las llamadas a que las lecturas sean compartidas, a que no debe buscarse diseccionar la sociedad entre los que perdieron y los que vencieron, para no perpetuar el trauma. Pero aún se manifiestan los ecos de la dinámica del juego, bélico y cruento en este caso, en su siempre difícil final.
En una partida de ajedrez sólo caben tres opciones: ganan las blancas, las negras o se producen tablas. Y cuando no se da el improbable empate, acaba habiendo un ganador y un perdedor. En eso estamos, terminando una partida para comenzar otra, habiendo dejado pasar más de una oportunidad de abrazar las tablas.
El nuevo año será sin duda de avance en ese ámbito. Pero no debemos fiarlo todo a la política pues se trata, en gran medida, de un proceso que individualmente cada uno ha de realizar para sumar en una dinámica colectiva.
La salud de la economía parece haber mejorado en el año 2016 que cerramos. El enfermo ya no está en la UCI, ha bajado a planta, aunque aún necesita de cuidados sofisticados. Confiamos en que la evolución siga siendo favorable aunque se nos advierte de que aún son necesarios esfuerzos en materia de impuestos, de sujeción del gasto, etc.
Tendremos que seguir atentos para que la brecha que separa a los colectivos más vulnerables de la zarandeada clase media no se convierta en abismo. A la vez, cada uno en nuestro ámbito, sin excepción, habremos de asumir nuestro compromiso ciudadano con más rigor y eso supone, sí, realizar múltiples esfuerzos, en un desempeño profesional más impecable, en el pago de impuestos, y en el respeto a un sinfín de normas que rigen nuestra convivencia. Esa parte del “to do” es la más complicada pues se enfrenta a los pequeños los vicios de lo cotidiano contraídos, los más difíciles de erradicar.
Se va un año lleno también de grandes acontecimientos científicos. Por fin se encontró el eco de las ondas gravitacionales que el genial Einstein dedujo de sus cuentas matemáticas de papel y lápiz un siglo atrás. Los fósiles más antiguos encontrados en Groenlandia colocan el contador del inicio de la vida a una distancia de 3.700 millones de años, mientras que los grabados de Armintxe ponen de manifiesto que los Lekitxarras grababan las paredes de sus cavernas hace ya 14.000 años, mucho antes de que surgiera la tradicional fiesta de los gansos, pero muchísimo después de que la vida emergiera en el Planeta.
La Universidad española sigue también a la espera de una nueva transfusión de oportunidades, en forma de más recursos y de una legislación que le permita adoptar modos de funcionamiento más acordes a las instituciones de élite internacional. Pero los que llevamos toda la vida en esto sabemos que la ecuación es mucho más complicada aún, pues pasa por modificar en gran medida los hábitos individuales y colectivos de los propios profesionales.
Continúa pues la fuga de los mejores. Cada vez son más los jóvenes que, habiendo realizado estudios de posgrado en el extranjero, no regresan. Y no es sólo por la falta de oportunidades para hacerlo, sino fruto de su constatación de que nuestras instituciones académicas no han conseguido aún ponerse en la órbita de los países líderes.
A nivel institucional, tanto en Madrid como en Gasteiz, hemos estrenado gobiernos. Pocas novedades pero sí algunas. En Euskadi, por ejemplo, contamos con un Departamento específico para la Cultura, lo cual constituye una buena noticia, pues el futuro será, ante todo, una gran olimpíada multicultural planetaria.
En 2016 hemos enterrado, según la UNESCO, sin saberlo, dos docenas de lenguas que nunca más volverán a ser habladas y en 2017 ocurrirá lo mismo. No entrar en esa macabra lista depende sobre todo de nosotros.
La cultura se transmite y permea en todo pero, en particular, se incuba en la escuela. El último informe PISA llamaba la atención sobre nuestra evolución en esta materia. Consultados los expertos la conclusión es unánime: Se trata de un tema complejo que no debe ser tratado de manera simplista, pero ningún sistema que no dé a cada alumno la formación que es capaz de asimilar, al máximo nivel, o que rebaje los niveles de exigencia, está a salvo.
2017 es una excelente oportunidad para ir enderezando políticas, decisiones y procederes en aquellos ámbitos en los que hemos detectado lagunas, con el noble propósito de que los que nazcan en ese nuevo año, cuando alcancen la mayoría de edad en 2035, vivan en una sociedad más pacífica, más sostenible cultural, política y económicamente, más fértil, llena de oportunidades, sin que tengan que elegir entre el conformismo y el éxodo.
El texto original fue publicado en el diario DEIA el 27 de enero de 2017 y puede encontrarse en este enlace.