“Sólo podemos ver poco del futuro, pero lo suficiente para darnos cuenta de que hay mucho que hacer”. Lo dijo Alan Turing (1912 – 1954), precursor de la informática y al que debemos, entre otras muchas cosas,el mordisco de la manzana de cianuro del logo de Apple.
Un verdadero “hacker” prematuro que contribuyó a la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Genial e incomprendido, Turing tenía razón también en esto. Basta asomar la cabeza por la ventana que se orienta al futuro para observar una densa niebla que impide ver más allá de unos pocos palmos.
Son épocas en la que es más fácil acusar al vecino de falta de visión, que de ver por uno mismo. Ante la duda, se combate a esos pocos que tienen alguna pista del paisaje que nos encontraremos en ese nuevo destino que el futuro nos depara.
El ejercicio al que nos invita Turing es oportuno y todo un reto intelectual. La pregunta es fácil: Euskadi 2064: ¿Cómo será y queremos que sea?
Mirar cincuenta años adelante es difícil, pero hay quien lo hizo en su día con éxito, como el famoso narrador de ciencia-ficción Isaac Asimov, quien, en un artículo de 1964, “La Paz a través de la comprensión”, con ocasión de la Exposición Universal de Nueva York, describió con precisión buena parte de los usos de la sociedad tecnológica actual.
Conviene pues mirar 50 años adelante, sin pretender emular a Asimov, pero sí en el espíritu de la Feria de Nueva de York del 64, pues la comprensión no puede traer más que paz y progreso.
Al hacerlo, los que ya hemos cumplido los primeros cincuenta miramos desde la atalaya que proporciona haber sido testigos de los cincuenta anteriores.
Y, reparando en los cambios tan radicales que se han producido en nuestro entorno en ese periodo, en ciudades y familias, en nuestras formas de relacionarnos, de trabajar, en nuestros hábitos cotidianos, constatamos la dificultad de la cuestión: ¿Y en 2064?
Resulta difícil bosquejar cómo serán nuestras ciudades en ese año remoto, cómo será la vida de los que hoy son niños y adolescentes y que, por entonces, serán los adultos que ocupen un lugar que muchos de nosotros habremos dejado ya definitivamente vacante. Es una cuestión pertinente y actual.
¿Cuáles son los aspectos en los que deberíamos reparar?
Ante la imposibilidad de dar con respuestas certeras nos conformamos con bosquejar algunos elementos de reflexión:
• Europa. Hace cincuenta años Europa era una realidad lejana, que empezaba al norte de los Pirineos, remota aunque físicamente cercana. Hoy es proyecto imparable y, sobre todo, necesario. Dentro de cincuenta años los ciudadanos europeos lo seremos aún más y podremos disfrutar más intensamente de la libertad que supone movernos en un espacio continental libre, y elegir un destino para nuestros estudios, trabajo y jubilación, con libertad, en función de nuestros intereses, formación y aptitudes.
• Euskadi. Hace cincuenta años Euskadi añoraba un estatus perdido en una Guerra Civil injusta, del que hoy de nuevo disfruta. Pero eso no ha resuelto completamente la cuestión de nuestro encaje en el mapamundi. ¿Habrá quedado ese tema definitivamente zanjado dentro de cincuenta años? ¿Seguirá siendo motivo de preocupación, o se habrá diluido en una Europa en la que sus ciudadanos conocerán cada vez menos de fronteras?
• Paz. Hace cincuenta años Euskadi transitaba de una guerra civil a otra que nos ha erosionado internamente a unos niveles cuyas consecuencias últimas son aún hoy difíciles de calibrar. Hoy parece que, por fin, esas andanzas bélicas forman definitivamente parte del pasado. ¿Dentro de cincuenta años gozaremos de paz, o las contradicciones que la humanidad arrastra sobre un planeta cada vez más maltratado podrán negárnosla nuevamente?
• Política. Hace cincuenta años la política era un ejercicio clandestino. Hoy nuestro espectro aparece dividido en cuatro grandes sectores. Lo que en otros países es un arco iris de dos segmentos, el azul y el rojo, aquí es un disco particionado en cuatro, atendiendo también a la sensibilidad con respecto a la relación de Euskadi-Estado. ¿Seguirá siendo así dentro de cincuenta años, habremos migrado a un modelo bipolar más convencional o se habrá diversificado más aún nuestro arco iris político?
• Empleo: Hace cincuenta años éramos tierra fecunda en empleo en una sociedad en la que la mujer aún no se había incorporado al mercado de trabajo. Hoy, habiendo avanzado considerable pero insuficientemente en la igualdad de género, sufrimos unos niveles de paro inaceptables para un país próspero, en particular entre los más jóvenes. Así, paradójicamente, Euskadi se vacía de la generación mejor formada. ¿Dentro de cincuenta años habremos consolidado un dinamismo económico que nos sitúe entre los países garantes del pleno empleo?
• Demografía. Hace cincuenta años Euskadi daba a luz a las generaciones más numerosas. Hoy se vacía y envejece. Las estadísticas apuntan a que se seguirá perdiendo población ante la baja natalidad y a que nuestros jóvenes más valiosos seguirán migrando en busca de nuevas oportunidades laborales. ¿Cuál será nuestra población dentro de cincuenta años?
• Multi-lingüismo. Hace cincuenta años el euskera estaba fuera del sistema educativo. Hoy se le ha dado la vuelta a la situación, pero no por eso se normaliza su uso. Europa, la internacionalización, nos exigen una rápida y profunda inmersión en el inglés. ¿Será Euskadi trilingüe dentro de cincuenta años o, más bien, el euskera seguirá siendo marginal en una población acostumbrada al empleo y utilidad del español y del inglés?
• Universidad y Ciencia. Hace cincuenta años no teníamos Universidad pública vasca. Hoy sí y, con ella, un gran número de centros de investigación y tecnológicos. Dentro de cincuenta años, ¿habrá Euskadi consolidado su marca en el espacio europeo del conocimiento? ¿Contaremos, por ejemplo, con una “Escuela Vasca Internacional de Posgrado” que atraiga a los mejores estudiantes de Europa y del mundo a estudiar y completar su formación en nuestra tierra y brinde esa misma oportunidad a nuestros descendientes?
• Sostenibilidad. Hace cincuenta años la única administración pública en Euskadi era la que correspondía a la periferia del Estado. Hoy, gracias al Estatuto de Autonomía, nos hemos dotado de una extensa red pública autonómica, posiblemente excesiva. ¿Dentro de cincuenta años seremos capaces de sostener todo este entramado? ¿Será nuestro pulmón económico suficiente para sustentarlo? ¿Seremos capaces de reestructurarlo y redimensionarlo por iniciativa propia?¿Y, si no fuera así, nos habremos resignado, sin frustración, a ser un país que un día fue rico?
• Transparencia. Hace cincuenta años vivíamos en una dictadura gris. Hoy descubrimos que el sistema político-financiero que hemos construimos durante décadas para desarrollar una vida ciudadana más segura y libre, está trufado de comportamientos abusivos a los que las instituciones de control que se establecieron como garantes, ya fuesen defensorías del pueblo o tribunales de justicia, no han conseguido poner límite. Dentro de cincuenta años, ¿podremos enorgullecernos de gozar de un sistema transparente?
Son cuestiones demasiado difíciles que generan sentimiento de impotencia y nos recuerdan la confesión del célebre Fermat (Pierre de Fermat (1601-1665)) cuando dijo “Este problema no es de los más fáciles” al sentirse incapaz de dar con una prueba completa de que, tal y como él mismo predijo, la ley de la refracción de la luz de Snellius (Willebrord Snellius (1580-1626)) que explica que al introducir un palo en el agua lo veamos torcerse, se debía a que la luz busca siempre el recorrido que le permite llegar lo más rápido posible de un punto a otro.
El del 2064, efectivamente, no es de los ejercicios más fáciles. Nuestra percepción se tuerce al mirar al futuro, como el palo al pasar del aire al agua. Pero, con certeza, el futuro será escrito por ciudadanos anónimos a sesenta minutos por hora. Siempre fue así.