Fue el matemático húngaro-estadounidense de origen judío John von Neumann (1903-1957) quien dijo que “Si la gente no piensa que las Matemáticas son simples, es sólo porque no se da cuenta de lo complicada que es la vida”.

Es difícil entenderlo, sí, pero el Universo funciona como una obra de teatro interpretada por una enorme compañía que no necesita de guión ni de ensayos. Las Ciencias son un mero intento de aproximación al tema. Tanto es así que muchos grandes de la Ciencia han apelado con frecuencia a un ser superior, a Dios, como única explicación posible.

Mientras, algunas preguntas básicas esperan aún respuesta: ¿Dónde está enganchada la chincheta de la que cuelga el universo?
Tirando del hilo, uno advierte que, en realidad, todo es difícil.

El deporte, por ejemplo, es difícil. Aunque de niño y joven uno pase mucho tiempo jugando a la pelota o pedaleando, es poco probable que acabe siendo un deportista de élite.

Lo mismo se puede decir de cualquier otro ámbito de la vida: es difícil eliminar algunos de esos malos hábitos posturales que nos acompañan.
Asumida la dificultad intrínseca de todo, con el tiempo, uno acaba dándole importancia a cosas tan aparentemente simples y basales como, por ejemplo, la bonhomía.

Pero si el ser humano lo tiene difícil ya en su individualidad, la cosa no es más fácil cuando se pone en relación e interacción con sus pares. Así, es difícil también la convivencia en pareja, en el trabajo, y también a nivel político-social, hasta el punto de que el planeta, ya bien entrado el siglo XXI, sigue plagado de conflictos, algunos de ellos desgraciadamente bélicos.

Einstein dijo que la política es más difícil que la Física y sabía lo que decía. El tiempo lo ha demostrado pues se ha encontrado el bosón de Higgs antes de que se resolviese el conflicto Israel-Palestina, por ejemplo.

Y eso que, supuestamente, la política es el arte de lo posible…. Si lo es y tiene como objetivo la paz, ésta, o bien es imposible o, cuando menos, es muy difícil, pues la superficie del planeta parece un escenario de fuegos de verdad, no de los artificiales, desafortunadamente.

Aquí andamos también en ello. Nos ha resultado difícil pero vamos llegando. Y, aunque en los mentideros políticos la paz es todavía objeto prioritario de debate, para la mayoría de la gente es ya un hecho consumado. Eso no quiere decir, claro, que vivamos en libertad y seguridad plenas, pues ninguna sociedad está a salvo del delito o del abuso de autoridad. Significa simplemente que las tensiones y conflictos existentes se han trasladado al terreno de las ideas, de las palabras o al silencioso espacio de los sentimientos donde pueden encapsularse por generaciones.

Pero es también difícil, incluso cuando se puede, ejercer el derecho a la libertad de expresión, al diálogo, en su justa medida. Einstein reflexionó también sobre esto y dijo: “La fórmula del éxito es A=X+Y+Z, donde A representa el éxito, X el trabajo, Y la suerte y Z el mantener la boca cerrada”. Él fue la excepción que confirma la regla, siendo una persona comprometida que habló, y no poco, pero que supo compensar una mala nota en la Z con excelentes resultados en la X e Y.

Aquí sabemos lo difícil que es ejercitar el derecho a la libre expresión, al que tan poco estamos acostumbrados, de manera respetuosa y con contenidos. Como consecuencia de ello, también somos de gobierno difícil pues la gente se suele entender hablando y si no lo hace…

Nuestro parlamento, foro de representación máxima de nuestra ciudadanía, es buen ejemplo de estas dificultades. Se elige a través de mecanismos de reparto de escaños que conducen a un panorama fragmentado, que hace muy difíciles las mayorías. Pero, claro, en su momento fue difícil dar con una fórmula de elección que resultase razonablemente democrática y representativa y, a la vez, contentase por igual a los diferentes territorios históricos. Se apostó por un mecanismo y el resultado es el que es: Un parlamento muy plural.

Nuestra gobernanza es pues difícil, sí, pero los frentes son múltiples, aumentan cada día y no nos podemos permitir la inacción, la falta de iniciativa o de visión.

Cada día surgen nuevos ejemplos y retos. Recientemente, por ejemplo, conocíamos la enésima iniciativa del Ministerio de Educación referente, en esta ocasión, a implantar grados de tres años en la Universidad, en lugar de los cuatro actuales. Nos llegó cuando nosotros, con escepticismo, estábamos aún rechazando las medidas anteriormente aprobadas.

Hay que reconocer que es difícil, sí, seguir el ritmo, pues mientras en España se sigue deshojando, nunca mejor dicho, la margarita de la Universidad, incluidas las nuestras, en el mundo anglosajón, sin tanto cambio legislativo de por medio, se incide cada día más en fórmulas y medidas bien sencillas: contratar a los mejores profesores e investigadores y asegurarse de que los mejores alumnos no escapan a otras instituciones, ofreciendo para ello la mejor formación.

Me pregunto si, aunque sea también difícil, no sería mejor definir proyectos propios y apostar decididamente por ellos desde una perspectiva internacional, sin ir siempre a rebufo de terceros.

Pero gobernar es difícil y en el parlamento, de clara mayoría nacionalista, se constata día a día la insalvable distancia que parece separar a las dos familias que la conforman, situadas cada una en las antípodas de la otra. Así el gobierno se tiene que sustentar en un pacto transversal que algunos piden se refuerce ya para dar lugar a un bipartito que dé más estabilidad al ejecutivo.

Se trata de una solución posible aritméticamente y probable políticamente, pues la política es también ziaboga. Pero hay quien piensa que sería difícil explicar un pacto de esta naturaleza a un electorado que se ha manifestado mayoritariamente nacionalista en las urnas. Ahora bien, es difícil también predecir la evolución de los estados de opinión sociológica, un poco desgastados ya por el rifirrafe político-mediático.

Lo que sí es seguro es que el tiempo pasa. Pasan los años, las legislaturas, las décadas y, por A o por B, las cosas importantes parecen quedar para más adelante, a la espera de nuevos escenarios de estabilidad, de mayorías, de acuerdos de país, que nunca llegan.

Aunque sería fácil caer en el pesimismo, conviene no hacerlo pues nunca será mejor momento que el presente para abordar las tareas pendientes. Para los que no estén convencidos de que es así, recuerdo la receta para sobrellevar mejor el estéril paso del tiempo que hace unos años me dio un colega:
Si una foto que te han sacado hoy no te gusta, guárdala durante cinco años y mírala entonces de nuevo. Seguro que entonces te gusta.

Cada vez es más preciso que la gente, la ciudadanía, establezca con claridad el bosquejo de lo que desea pues, entonces, a los profesionales de la política, como hacedores de lo posible, les corresponderá dar los pasos necesarios y decididos para que así sea.

Una vez escuché a un rector de una Universidad catalana decir que el problema de los procesos de cambios de estudio en las Universidades radica en que, con frecuencia, se abordan mirando por el retrovisor. No deja de ser curioso que Cataluña se haya manifestado a favor de la medida anteriormente mencionada de reducir los grados a tres años, siendo como es ejemplo de país que ha sabido poner la educación superior y la Ciencia en el centro de gravedad de un proyecto de nación europea que avanza con paso firme hacia el futuro.

Me pregunto si esta reflexión, relativa a los retrovisores, no se aplica en la práctica a todo.

Es difícil, sí. Pero es tiempo de catalejos, no de retrovisores.

Artículo publicado en Deia, 4 de Septiembre de 2014