Esta primavera ha sido y está siendo particularmente lluviosa y se nos está yendo sin nunca haber cuajado. Los efectos son visibles. La vegetación ha crecido de manera inusual tras el prolongado aguacero. El mar, aun cuando ocasionalmente brilla el sol, luce oscuro pues sus aguas permanecen inhabitualmente frías fruto de su inercia, que en este caso guarda la memoria de una larga primavera invernal.

A pesar de todo nuestras calles se ven animadas. Euskadi en general y Bilbao en particular es cada vez más un destino apetecible para visitantes foráneos que llegan atraídos por nuestros museos, paisajes, gastronomía y, también, por nuestras instituciones científicas. En efecto, hemos hecho un gran esfuerzo inversor en los últimos treinta años y eso nos permite contar hoy con Centros, Departamentos y Laboratorios, que son destino deseable para investigadores internacionales que hasta hace poco no tenían a nuestras ciudades en las posiciones preferentes de sus agendas.

La mayoría de los que vienen lo hacen ya con una cierta idea de nuestra singularidad aunque con frecuencia de manera vaga. Otros llegan más documentados en relación con nuestra historia, lengua, y actual sistema de autogobierno.

Es casi inevitable que el visitante pregunte. Y es lo que me ocurría estos días con un eminente y veterano Profesor de cuya compañía, colaboración y consejo estamos disfrutando en nuestro equipo durante tres meses y con el que tuve oportunidad de conversar sobre nuestro sistema de I+D+i.

Para un científico foráneo de envergadura la primera pregunta resulta muy natural: ¿Las infraestructuras vascas para la Ciencia actuales son fruto de inversiones del Gobierno Vasco o del de Madrid? La respuesta obligada es que la riqueza actual de nuestro arco iris del I+D+i es en gran medida fruto del impulso e inversión del Gobierno Vasco. Podría decirse que en Ciencia nos ha pasado como con el tren de alta velocidad pero con más suerte. El Estado, que ha tenido dificultades para irrigar igualmente todas las Comunidades Autónomas en infraestructuras, en lo que respecta a la Ciencia, no se puede decir que haya usado su pleno potencial para dotar a Euskadi de las que merecía. Hay sin embargo que reconocer que, fruto de las políticas desarrolladas aquí, el Estado ha tenido oportunidad de hacer inversiones complementarias que han compensado en parte esa carencia.

La segunda pregunta es entonces de cajón: ¿Y la inversión del Estado ha sido equilibrada? Difícil pregunta. La verdad es que nunca sabremos cómo ha sido el balance. Son temas que se prestan a interpretaciones y de permanente debate político en el contexto de la negociación del cupo de nuestro Concierto Económico. Lo mismo está ocurriendo en estos meses en Catalunya donde las reivindicaciones de mayor autonomía vienen precedidas de una crisis económica que se considera, en parte, producto de un histórico desequilibrio entre Estado y Gobierno Autónomo en lo que se refiere al deber y haber de cada uno.

Nuestros visitantes extranjeros entienden y aceptan de buen grado que las inversiones en Ciencia sean compartidas, como algo natural y propio de un sistema como el nuestro, autonómico, que no es fácil de explicar pero que se entiende haciendo alusión a la estructura federal bien conocida de otros Estados. Nada mejor que simplificar nuestra compleja realidad, aún a riesgo de hacerlo en exceso, para que el visitante vuelva a su casa con una comprensión un poco más elaborada que la que trajo al llegar.

En la conversación surgió inevitablemente un largo listado de siglas de asociaciones, fundaciones, agencias que constituyen el entramado vasco de I+D+i. En ese punto nuestro interlocutor preguntó. ¿Cuál es el número de habitantes? Cuando se le explica que la Comunidad Autónoma que sustenta al Gobierno que a su vez financia ese complejo sistema cuenta con poco más de dos millones de habitantes, algo más que en el barrio de Manhattan de Nueva York pero menos que en la ciudad de Berlín, el asombro resulta patente.

La siguiente pregunta, en búsqueda de una explicación a tan complejo sistema, fue entonces: ¿Y quién despliega la política científica? Le expliqué que España tiene su Plan Nacional de Ciencia y que en Euskadi tenemos el nuestro, denominado PCTI, Plan de Ciencia Tecnología e Innovación. Ambos se renuevan cada cuatro años pero más como reflejo de lo ya existente que como verdadera reflexión estratégica sobre los que nos falta y deberíamos hacer. A esto tenemos que añadir que, últimamente, a estos planes les falta la “F” de la financiación y además que nuestro sistema está fraccionado en diversas Consejerías y Ministerios.

La recomendación no tardó entonces en llegar. ¿Y por qué no tenemos nuestra “Agencia Vasca para la Ciencia” que aglutine los órganos ya existentes, financiados muy mayoritariamente por lo público, para que de manera estable se diseñe, pilote, financie y evalúe nuestra Ciencia? Buena pregunta. España hace tiempo que legisló sobre la Agencia Estatal pero entre dificultades burocrático-administrativas y falta de financiación o no existe o, si existe, no parece que sea más que una construcción que da cobijo a los modos de funcionamiento operativos de siempre, pero a la baja por la ausencia de financiación. Aquí, en Euskadi, que yo sepa, nadie se ha planteado dicha “Agencia Vasca para la Ciencia”.

¿O sí? En el mandato del Lehendakari Ibarretxe se creó el Consejo Vasco de Ciencia Tecnología e Innovación y la figura de un “Comisionado” que asumiría tareas de coordinación. Este Consejo tuvo una vida de escasa intensidad en la anterior legislatura y en la presente no hemos oído hablar de él. Del “Comisionado” no se ha sabido tampoco nada desde 2008.

Mi respetable colega me dijo que, posiblemente, los diversos entes existentes deberían coordinarse y complementarse en lo que era su recomendación: La Agencia Vasca para la Ciencia. Posiblemente tenga razón. Pero ya sabemos lo difícil que es montar nada nuevo y, sobre todo, que no sea a costa de aumentar innecesariamente el gasto público, sin transformar, amortizar y clausurar lo ya caduco.

El final de la primavera coincide con el del primer semestre del nuevo Gobierno. Es difícil pedir nada más a un Gobierno con la que está cayendo pero me pregunto si, tal vez, en esto caso, no estamos ante una necesidad ineludible. Parece difícil imaginar una tecnología e industria innovadora que no tire de la Ciencia de vanguardia y viceversa. No olvidemos que tenemos ante nosotros el reto de dar trabajo a esos 10.000 jóvenes vascos que cada año se nos van.

Nuestro amigo me advertía de un riesgo que siempre acecha al ser humano y a sus construcciones sociales y en particular a los varones que, con demasiada frecuencia, pasamos de una adolescencia prolongada a una vejez prematura sin haber transitado suficientemente por una madurez fructuosa y serena. Los sistemas de I+D+i no son ajenos de esta amenaza de envejecimiento prematuro.

“Conviene que no traslademos a nuestro joven sistema de Ciencia la zozobra que produce nuestra falta de determinación a la hora de emprender reformas que son indispensables para un desarrollo sostenible eficaz del sistema” me decía mi colega. Cuando dijo lo de joven protesté un poco pues nuestra Universidad pública tiene ya más de cuarenta años y nuestra política propia de I+D+i más de treinta. “Joven” enfatizó e insistió él pues, me recordó, los Pitagóricos, Galileo y Newton hacían Ciencia hace ya mucho más tiempo.

Sentí que tenía razón. “A ver si deja de llover le dije”, para cerrar aquella instructiva conversación en un reflejo muy nuestro de eludir los asuntos más importantes y espinosos hablando del tiempo. Luego me arrepentí, pero ya era tarde. La próxima vez, me prometí a mi mismo, acabaré la conversación con una reflexión un poco más profunda y sin hablar del tiempo.

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