Las batas se han vuelto a poner de moda, sobre todo las blancas. No hablamos del “prêt à porter” sino del “prêt à travailler”, vamos, de las batas de trabajar.

De pequeños usábamos bata en casa. Llegar a casa, quitarse los zapatos, asearse y ponerse la bata acrecentaba nuestra sensación de hogar, de cobijo. Parecíamos pequeñas personitas. Pero eso es ya pasado. Era, claro, la época del “Cuéntame” y no la del iPad.

Al llegar a la Universidad descubrimos que algunos profesores llevaban bata (blanca siempre) y otros no. La verdad es que aunque uno no trabaje con pipetas en un laboratorio es más que razonable llevar bata cuando se es profesor pues la tiza mancha y mucho. En la época pensábamos que los profesores que llevaban bata eran necesariamente los más importantes, los que ostentaban mayor rango y autoridad académica, fruto exclusivo de su saber. Y en algunos casos era así, pero en otros no. Pero eso pasa con todo. La apariencia es a veces sólo eso, apariencia, y puede llegar a engañar. Más tarde, viajando por el mundo, descubrí que había de todo, particularmente en Estados Unidos, donde los profesores más célebres pueden llegar al despacho en pantalón corto y camiseta por fuera, que sería algo así como la antípoda de la bata, el colmo para ella. Eso desmitificó definitivamente la bata para mí, tanto como prenda de uso diario en casa, ya en desuso por entonces, como de trabajo.
Pero dicen que la moda va y viene y, de hecho, yo me estoy reconciliando con la bata blanca, aunque aún no la frecuento. En parte es por solidaridad, pero también y, sobre todo, por interés puro y duro.

Me explico. Las calles se están llenando de batas blancas, especialmente en Madrid, donde el colectivo médico está plantando cara a las medidas de privatización emprendidas por la administración regional.

Se trata de un tema complejo que no domino. Pero se me ocurren un par de preguntas pues, al fin y al cabo, los científicos somos profesionales del preguntar por eso de que “el camino se hace al andar” como decía Antonio Machado (1875 –1939) y canta Joan Manuel Serrat. La privatización emprendida: ¿es por ideología? ¿para ahorrar dinero? ¿para disuadir a los que acuden con demasiada facilidad al médico? ¿para facilitar que emerjan empresas que hagan negocio a cuenta de nuestra salud? ¿porque así se atenderá mejor y más rápido al ciudadano?¿porque lo hacen los americanos?

Pero, aún sin saber cuáles son las respuestas, sí que me preocupa ver a nuestros médicos en la calle. Depositamos en ellos nuestra salud y la de los nuestros. La salud es realmente lo más importante que tenemos, mucho más que el piso, el coche o la tele de plasma. El que ellos estén inquietos, protestando en la calle, no es tranquilizador, pues los queremos sosegados en el hospital y cuidándonos y formándose y formando para hacerlo.

Confío que nuestro nuevo Gobierno vaya a cuidar a ese importante sector de las batas blancas.
Pero hay más. La bata blanca también se identifica con frecuencia con el colectivo de jóvenes científicos, tecnólogos e investigadores que mejor representan la nueva economía del I+D+i, aunque sólo algunos de ellos la porten. Ellos también se han hecho ver en los últimos años llamando la atención sobre el agobiante estrechamiento de su futuro profesional. Ambos colectivos se entrecruzan en el brillante sector de la investigación médica de la que tanto depende nuestro bienestar.
Por si no fuera poco, el lunes día 14 en una entrevista concedida a “Deia”, Andoni Aldekoa, Consejero Delegado del Ayuntamiento de Bilbao, subraya la importancia de las “estrategias para captar industrias de bata blanca”, las del conocimiento precisamente, en torno al nuevo Zorrotzaurre. De ese modo respondía, a la vez que a la entrevista del periodista, a una pregunta que me venía haciendo desde hace unos días, a raíz de que el Alcalde Azkuna recibiera el Premio de Mejor Alcalde del Mundo (Zorionak!): ¿Y cuál será el próximo reto?

De hecho, el Premio al Alcalde, como él mismo dijo, lo era a toda una ciudad a todo un país. Se le eligió para gestionar el período inmediatamente posterior a la inauguración del museo Guggenheim, símbolo del nuevo Bilbao, que despertó hace ya treinta años para mirar a la ría y dejar de vivir de espaldas a ella, lanzando el Plan Integral de Saneamiento.

Si se tarda 30 años en recoger los frutos de la visión, el esfuerzo y el acierto, pensé, parecería lógico incubar ya el próximo que deberíamos ver materializado plenamente en el horizonte de 2040. El reto es difícil pero apasionante:
¿Cuál será nuestro nuevo Guggenheim?
Aldekoa da, en mi opinión, en el clavo. Será un espacio de personas más que de edificios, aunque también irá acompañado de un urbanismo inteligente y respetuoso con el medioambiente, enclavado en Zorrotzaurre. No llegará en avión desde el extranjero en forma de un gran cheque multinacional a ser graciosamente canjeado, sino que será esencialmente fruto de lo que nosotros podamos construir desde nuestras empresas y nuestros centros y grupos de investigación, con nuestras propias inversiones y talento.

Tenemos muchos mimbres, muchas manos y cerebros, acumulados durante treinta años de experiencia en el impulso de nuestro propio sistema I+D+i. Pero es hora de construir ese nuevo gran cesto, el que debe ocupar buena parte de la futura isla y generar valor y expectativas para los jóvenes con más talento, los de la bata blanca, iniciando así una cadena que debe durar generaciones pues, la ciencia, contrariamente al jabón, cada vez cunde más a medida que se usa, sin nunca llegar a gastarse.

Algunos creíamos ya en eso antes de que nuestro Alcalde ganara el premio: El futuro, de haberlo, será blanco y en bata y no en botella, pensábamos.

Es por eso que centros como BCAM, el Centro Vasco de Matemática Aplicada, aun sin estar todavía en Zorrotzaurre, miran ya a la ría y llevan tiempo trabajando esa complicidad público-privada tan necesaria para crear nuevos equipos de bata blanca que, partiendo de la ciencia básica más puntera, ofrezcan valor añadido a nuestra industria, con un sano ánimo de país más que de lucro, con la ambición de incubar y desarrollar nuestra nueva economía. Los científicos podemos y debemos ayudar a nuestras empresas a ser más competitivas. La mayoría de las empresas lo sabía ya desde hace tiempo y, las que no, se han dado cuenta a lo largo de estos cuatro años de crisis. Es bueno también saber que se puede hacer, pero que lleva tiempo. Para que hayamos culminado la tarea en 2040, aunque mucho antes deberíamos empezar a percibir avances claros como es ya el caso de hecho a través de las nuevas iniciativas universitarias y científicas que se concentran en Abandoibarra, conviene que quede ya fijado el nuevo reto: Un Zorrotzaurre de batas blancas. No es una quimera. Es una imagen que debemos visualizar individual y colectivamente, que debe orientar nuestra brújula, que tiene la forma de espacios de interacción entre tecnólogos y científicos, con muros transparentes, con una fuerte implicación de los más jóvenes que deberían ahí encontrar entornos y oportunidades de formación al máximo nivel internacional, de la mano, cómo no, de nuestras Universidades, constituyendo Escuelas de Posgrado Internacionales. Ese espacio no sólo es necesario sino posible y viceversa.

Estamos pues de suerte, la moda del “prêt a travailler” ha vuelto y en ella caben todos los colores de bata, no sólo el blanco, pues, como en el ajedrez, las blancas no pueden jugar solas. El nuevo Guggenheim del 2040 es un espacio de I+D+i nuevo, único, en la futura isla de Zorrotzaurre, futurista y real a la vez, y es cosa de todos.