Nuestro joven sistema de la Ciencia se montó con el advenimiento de la democracia hace ahora 30 años largos. Se establecieron, tanto a nivel estatal como en las CCAA, y en particular en la nuestra, programas que permitieron internacionalizar, financiar becas, proyectos, centros,… Aquí en Euskadi, muy especialmente, hemos realizado un esfuerzo enorme en I+D+i gracias al cual nuestras Universidades han avanzado y hemos creado redes de Centros Tecnológicos y de Investigación (CICs, BERCs, Ikerbasque,…) que eran,  hasta hace poco, modelo y motivo de envidia.

El sistema, aun no habiendo llegado  a las cotas de financiación y excelencia de los países líderes, creció y creció, en tamaño y en calidad. Pero estalló la burbuja.

Todo el mundo reconoce que la burbuja estalló, pero, ¿alguien la vio estallar? ¿Qué burbuja estalló?

Un análisis cuidadoso de lo ocurrido muestra que, de hecho, estallaron dos burbujas, pero lo hicieron de manera sincronizada, simultánea, haciendo casi imperceptible ese comportamiento bimodal. Estalló, cómo no, la de la financiación pero, sobre todo, y lo que es más importante y menos fácil de percibir y más grave, aquí en Euskadi estalló la de la visión y la voluntad. Pasamos en poco tiempo de ser visionarios y ambiciosos a convertirnos en obtusos y conformistas, atrapados en un microcosmos local que lo mismo puede ser considerado como diversidad enriquecedora como provincianismo limitante.

Y, en efecto, llevamos unos años a la baja, perdiendo velocidad y posicionamiento internacional. Hay quien lo justifica diciendo que los tiempos son difíciles. Y lo son, sin duda. Pero lo son para todos, y es en estos períodos precisamente en los que se suelen marcar las diferencias, lo mismo que los Tours se ganan en los grandes puertos de montaña. Y, como era de esperar, nuestros equipos compiten mal en estas grandes ligas.

¿Cuáles son las causas de esta perdida de fuelle? La pregunta es pertinente, en efecto, pues cuando, como en estos últimos años, se constata una pérdida de posicionamiento en el ámbito internacional, nunca es casual. Los indicadores del I+D+i son como los análisis médicos. Los asteriscos de los análisis de sangre casi siempre tienen explicación, que además con frecuencia se halla en un reducido abanico de incumplimientos de simples normas de aplicación universal: insuficiente deporte, vida sedentaria, alimentación irregular, exceso de grasas, poca fruta, alcohol, tabaco,…

En Ciencia pasa lo mismo. Siempre que las cosas se tuercen es porque se ha descuidado la salud del sistema, y no sólo la inversión. Cuidarla es a la vez tan fácil y difícil como, en la vida cotidiana, dejar de fumar, hacer deporte con regularidad, comer la mitad o beber menos. Es, sobre todo, cuestión de visión en el medio-largo plazo y enormes dosis de voluntad en el día a día.

Se han escrito muchos decálogos para la Ciencia, lo mismo que hay muchas dietas sanas. Siempre es discutible cuál es la mejor, y la respuesta puede  incluso ser cambiante en el tiempo y distinta en cada caso. Pero no hay nada peor que ignorar todas las dietas y todos los decálogos a la vez.

Buscando entre mis papeles me ha salido el decálogo que resumo más abajo. Se trata de diez mandamientos a cumplir siempre que se pueda y, si no, también, como en las dietas.

1.- Poner al frente del sistema a académicos de gran prestigio y experiencia, que puedan diseñar y dirigir el sistema con visión. La batalla del I+D+i nunca se gana en el regate en corto. Como en el futbol, el que “chupa” balón acaba perdiéndolo y perjudica al equipo.

2.- Elegir siempre a los mejores, sea cual sea el puesto a ocupar, ya sea científico, tecnólogo o gestor,  y dejarlo vacante si los candidatos no alcanzan el nivel. Este mandamiento es particularmente importante en un país pequeño, como el nuestro, en el que todo el mundo se conoce y hay muy poca distancia entre intereses particulares y ámbitos de toma de decisión.

3.- La materia gris más importante en investigación es la del cerebro, no el cemento. Por absurdo que parezca, es un principio que se olvida fácil en tiempo de bonanza y en una sociedad donde se prima la noticia de la inauguración, más que los resultados netos sostenidos.

4.- Apostar en nichos de investigación de gran potencial ya sea porque se dispone de las personas adecuadas o de un sustrato previo, de acciones y experiencias anteriores prometedoras. Las ocurrencias políticas en Ciencia suelen salir casi siempre (muy) caras y así hemos acumulado unos cuantos cadáveres en estos últimos años.

5.- Evaluar no sólo el desempeño de las personas sino también el de las instituciones pues es en ellas donde han de trabajar nuestros científicos y tecnólogos. Lo mismo que existe la inteligencia individual existe también la institucional. España, Euskadi incluida, es uno de los pocos sistemas europeos que no evalúa instituciones.

6.- Financiar en función de la evaluación, sólo cuando hay suficientes indicadores de éxito y nunca caer en la tentación de relajar los criterios, ni siquiera cuando hay recursos suficientes. Es un mandamiento particularmente difícil de cumplir cuando uno ya se ha saltado el quinto. Sería como, en la religión católica, preocuparse de no cometer actos impuros después de haber matado.

7.- Coordinar esfuerzos inversores entre las diferentes instancias e instituciones. Hemos pasado en poco tiempo de una situación en la que las diversas instituciones competían por financiar a otra en la que casi todas se desentienden de hijos tan caros.

8.- Mantener las apuestas ya en marcha, corrigiéndolas si es preciso, y no dar marcha atrás. Pero, ¿qué fácil ceder ante la fuerza de la retroacción que ejerce la inercia del sistema, verdad?

9.- Aplicar sin titubeos el criterio de la internacionalización. Nada es bueno si no es competitivo internacionalmente.

10.- Fuerte compromiso entre cultura local y global. Esto es de particular aplicación aquí en Euskadi donde hemos pasado de un monolingüismo fáctico a un trilingüismo aparente en una sola legislatura.

Todo quien haya seguido nuestro sistema en los últimos años tendrá suficiente criterio  como para juzgar por sí mismo hasta qué punto y desde cuando se nos han despistado estos mandamientos, más allá de las consideraciones que aquí recogemos. No sería difícil ver la correlación entre el momento en que los hemos ido arrinconando y el instante en el que el sistema ha empezado a declinar, igual que la noche empieza a caer con la puesta de sol. Siempre es así: uno primero se duerme al volante y luego el coche se sale de la carretera.

Ahora que nuestro último Gobierno ha superado ya el trance de los presupuestos, estaría bien que retomáramos estos temas sin que la crisis fuera una vez más excusa. Pero, ¿estamos dispuestos?

No es la primera vez que nos pasa, que nos despistamos, y que le echamos la culpa a las finanzas.  Sin ir más lejos, fue Don Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón, Navarra, 1852Madrid, 1934), Premio Nobel de Medicina en 1906 quien dijo:

Más que escasez de medios, lo que hay es miseria de voluntad. El entusiasmo y la perseverancia hacen milagros. Desde el punto de vista del éxito, lo costoso, lo que pide tiempo, brío y paciencia, no son los instrumentos sino desarrollar y madurar una aptitud.

Un estricto cumplimiento de un decálogo como el de más arriba, de manera sostenida en el tiempo, volvería a dar daría frutos visibles. Pero para eso, además de inversión, hacen falta grandes dosis de visión y voluntad. ¿Las tenemos?