Nuestra civilización ha evolucionado hasta una realidad admirable. Pero, a pesar de ello, de la globalización, del estado del bienestar en el que vivimos, del progreso en definitiva, la riqueza sigue aún mal distribuida.
Hay, sin embargo, razones para el optimismo. Hoy, a pesar de que, gracias a la conectividad permanente y a la información en tiempo real, casi cada día se nos informa de una nueva calamidad en forma de catástrofe natural, guerra, o ataque terrorista, en promedio vivimos mucho mejor que hace cien o cincuenta años. La mortalidad infantil, las muertes en guerras y el porcentaje de los que viven bajo el umbral de la pobreza han disminuido radicalmente y, a su vez, ha aumentado la esperanza de vida y la población alfabetizada.
Y ese avance no se entiende sin la Ciencia, en el sentido más integral y noble de la palabra, que abarca tanto Ciencias Experimentales y Tecnología, como Ciencias Sociales y de la Vida. Y no es cosa de hace unas décadas sino fruto del esfuerzo de la Humanidad en su conjunto, civilización tras civilización.
El ser humano, desde que lo es, se preguntó por los mecanismos que rigen la Naturaleza. Es de hecho el hacerlo lo que le convirtió en humano. Para hacerse esa pregunta y formular una respuesta inventó el lenguaje y, como herramienta de elaboración de un razonamiento, de un argumento, las Matemáticas, que en la Antigua Grecia constituían el compendio de todo el saber, del que surgió el frondoso Árbol de la Ciencia que aún hoy no deja de crecer.
Ciencia para entender el Universo, el rol del hombre en él, para organizarnos en sociedades inteligentes y evolucionar. Esos fueron los principios que guiaron a los sabios de la Antigua Grecia, del Renacimiento, a los precursores de la Revolución Industrial, o de la moderna Informática.
Hoy, el progreso se acelera de tal modo que nos vemos obligados a revisar nuestro propio comportamiento, para que la humanidad siga teniendo un futuro en el planeta, sin que las presentes generaciones condicionemos con nuestra torpe huella las posibilidades de las venideras. Y se hace conveniente alejarnos del ruido de lo cotidiano para analizar la salud de nuestra Ciencia que hoy, más que nunca, nos impulsa con fuerza hacia el futuro.
La Ciencia hunde sus raíces en el Sistema Educativo sobre el que, a su vez, vierte sus frutos. Ciencia, Universidad y Educación constituyen un trinomio que va íntimamente ligado a su dual indisoluble: justicia, innovación y progreso. De nada serviría el descubrimiento, la innovación científica, si no fuera para progresar en todos los aspectos de nuestra vida individual y colectiva, y menos aún si no fuese para vivir de manera más justa y libre.
Para contribuir a esta noble tarea, la Ciencia ha tenido que transmutarse a lo largo de la historia, manteniendo el fin último, pero mudando de planteamientos y metodologías.
Y es en este momento tan singular, en la década de los datos, del Big Data, de la Inteligencia Artificial, que vemos cuestionados algunos de los principios que han dominado el debate en torno a la Educación y a la Ciencia, que precisa enriquecerse, poniendo el foco en algunas cuestiones difíciles pero inaplazables.
Local versus Global
Tradicionalmente la educación ha sido una cuestión interna de cada país, que ha desarrollado sus propios sistemas educativos desde la Educación Primaria hasta la Universidades.
Hoy ya no es así. Los diversos modelos han sido testados, conocemos sus fortalezas y debilidades, y sus resultados han sido evaluados, dando lugar a rankings que, aunque discutibles, arrojan luz sobre la eficacia de cada uno de ellos.
Europa es la gran oportunidad para que desarrollaremos un sistema educativo sin fronteras, líquido, de calidad creciente, en el que, simultáneamente, garanticemos la preservación de cada una de nuestras lenguas y culturas.
El fuego que arde en esta tierra se llama sua.
Privado versus público
La sociedad vasca fue hace algo más de cincuenta años pionera en el impulso de las Ikastolas que han constituido el oasis de preservación de nuestra lengua, el euskara, y el germen de la escuela pública vasca.
Las Ikastolas constituyen, aún hoy, una aportación singular en lo que respecta a su modelo socioeconómico cooperativo de organización, desplegando proyectos educativos en los que coparticipan los profesionales, padres y alumnos, tutelados por una administración pública, que aporta recursos, en un modelo híbrido que muy bien podría extrapolarse a la enseñanza universitaria y a la investigación.
Liberar a las administraciones públicas de la gestión del detalle de una red de educación cada vez más compleja parece razonable, tanto como que estas aporten recursos sobre la base de proyectos educativos evaluables.
La dicotomía “público versus privado” resulta hoy simplificadora en exceso. Ha llegado la hora de dar protagonismo a la ciudadanía, para que desarrolle modelos y estructuras educativas y de investigación más complejas, elevando nuestro nivel de exigencia.
Nuestro modelo de Ciencia aun adolece de una excesiva compartimentación en la dicotomía público versus privado, que resta competencia en el seno del sistema, transparencia y, a final de cuentas, impacto y rendimiento.
Se precisa de un sistema híbrido de educación superior y de ciencia que, en un marco normativo claro pero flexible, dé libertad a la sociedad civil para organizarse de nuevas formas, de modo que los recursos públicos sirvan para irrigar un conjunto de iniciativas de naturaleza diversa, en función de su rendimiento.
Todo ello ha de contribuir no solo aquí, sino en toda Europa, a que cada región y nación mejore la calidad de sus sistemas educativos y de ciencia de manera medible.
Europa ha sabido dar un excelente ejemplo en este ámbito con la creación, hace diez años, del European Research Council (ERC), Consejo Europeo de Investigación, una organización autónoma que impulsa y financia la investigación con la excelencia como criterio único, haciendo un uso responsable y transparente de los importantes recursos públicos que le son asignados.
Ese modelo podría servirnos de inspiración pues la Ciencia de calidad, como los propios seres vivos, necesita ser libre.
Ciencia básica versus útil
Un análisis riguroso nos convencería rápidamente de que nuestra sofisticada sociedad reposa sobre un conjunto de avances científicos y tecnológicos cuya utilidad fue considerada más que dudosa en sus orígenes. Siempre fue y seguirá siendo así.
Los Pitagóricos, dos mil quinientos años atrás, en la Antigua Grecia, fueron considerados poco menos que locos iluminados cuando se empeñaron en medir y entender el mundo a través de los números. Hoy nuestra sociedad se desplomaría inmediatamente si no fuera por el sólido andamiaje de las Matemáticas que la sustenta.
Financiemos pues la Ciencia por su calidad y no por su utilidad más cortoplacista, del mismo modo que criamos y educamos a nuestros hijos para que tengan una vida saludable, fructuosa y longeva. Pero hagámoslo con rigor.
Las próximas décadas resultarán decisivas. Las potencias emergentes tendrán un papel cada vez más relevante en el desarrollo de la Ciencia global y aportarán unos efectivos humanos que generarán una competencia hasta ahora inimaginable. La Ciencia constituirá una plataforma de atenuación de las desigualdades también en lo que al género respecta. Y eso conllevará e impulsará trasformaciones significativas en nuestros sistemas educativos.
Aprovechemos la atalaya que proporciona el viejo continente y nuestra capacidad de decidir en estas materias para ser vanguardistas, identificando y priorizando objetivos y apuntando a nuevos modelos y paradigmas.
Texto basado en la conferencia impartida en la Jornada “New tendencies in cooperative work, social and solidarity economy, relationship with universities and R.I.D. centres”, organizado por el “Front de Gauche” del Parlamento Europeo, en la sede de la Corporaciópn Mondragón, Arrasate, 7 Junio, 2017.
El artículo original fue publicado en el semanario Zazpika el 1/10/2017 y puede descargarse en PDF desde este enlace.