“Gorbea esquina Echaurren” suena a una dirección, a un lugar para una posible cita. ¿Qué cita? ¿De trabajo o amorosa? ¿Confesable o clandestina?
Hace unos años habría sido todo un ejercicio de adivinación encontrar ese rincón en nuestro mapa. Pero, ¿seguro que es en nuestro mapa? Los evidentes apellidos vascos así permitirían predecirlo. Pero, ¿es realmente así?
Hoy en día con Google no hay casi secretos. Una primera búsqueda parece apuntar siempre a lugares fuera de Euskadi. Curioso, pero es así.
Gorbea en este caso se refiere a Andrés Antonio de Gorbea y Gancedo (Menagarai 1792 – Santiago de Chile, 1852), mientras que Echaurren a Francisco de Paula Echaurren (Santiago de Chile, 1824-1909).
Aquí acaba la adivinanza. Se trata del punto de encuentro entre dos calles del centro de Santiago de Chile en el barrio de República. Dos señores de origen vasco, que habiendo nacido aquí o allí, murieron chilenos habiendo realizado aportaciones suficientes en el siglo XIX para que en la capital de Chile, su país, se les reconociera con, al menos, una calle.
Gorbea de muy joven ingresó en el Seminario de Bergara donde destacó en Matemáticas. Las persecuciones políticas de la España de la época le llevan al exilio, primero en París y luego en Londres. Es allí donde el Ministro Plenipotenciario de Chile, Mariano Egaña, que algún ancestro vasco tendría también, lo contrata para trabajar en un nuevo estado, Chile, que había ganado su independencia de los españoles en un proceso de emancipación que arranca en 1810. Llega a Chile en 1826 donde realiza una importante labor docente y de investigación, participa en algunas de las obras civiles más importantes del país y en 1843 crea la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.
Federico de Paula Echaurren, célebre político y benefactor, nació ya en Chile. Pero hay en Chile también otras familias que portan su apellido y que escribieron otras importantes páginas de su historia. Por ejemplo, Federico Errázuriz Echaurren (Santiago 1850 — Valparaíso 1901), fue Presidente de Chile de 1896 a 1901. Su padre, Federico Errázuriz Zañartu, casado con Eulogia Echaurren, fue también presidente de 1871 a 1876, habiendo ganado las elecciones frente al candidato opositor José Tomás de Urmeneta. Es fácil perderse en la genealogía pero todo parece arrancar en Aranaz con el nacimiento en 1711 de Francisco Javier Errazuriz Larrain que es quien emigra a Chile.
Habiendo estado allí, en Santiago, visitando durante varias semanas la Facultad creada por Gorbea, el vínculo histórico entre nuestros dos países me dio qué pensar, sobre todo en esta época en que los más pesimistas dicen que la mejor salida para nuestros jóvenes más brillantes es el aeropuerto.
El callejero chileno indica con claridad que no es ni sería la primera vez en que los vientos de la emigración llevan a los vascos lejos hasta aquellas tierras aunque, evidentemente, nuestros ancestros lo hacían necesariamente en barco.
Volví de Chile con un montón de preguntas. En Matemáticas solemos decir que la pregunta es la antesala de la respuesta, pero no estoy seguro que en esta ocasión sea así.
¿Por qué siendo como somos tierra tan próspera y hospitalaria, los mejores de los nuestros han mostrado históricamente tanta tendencia a irse? Hay quien dirá que eso nada tiene de malo y efectivamente es así. Ser capaces de exportar talento joven a países en donde se dan oportunidades particularmente atractivas para aportar a su desarrollo no es en absoluto algo de lo que debamos lamentarnos, sino todo lo contrario, siendo como es clara señal de que hemos sido capaces de forjar y educar a quienes han ganado reconocimiento internacional. Este fenómeno, en lo que a los vascos se refiere, lleva siglos produciéndose en beneficio de múltiples países como, por ejemplo, Chile.
Pero también cabe preguntarse qué habría sido de nuestro pequeño país si todos estos protagonistas, o al menos una buena parte de ellos, hubiesen desarrollado sus carreras aquí. Como matemático, me pregunto cuál habría sido la evolución de nuestras Matemáticas si Gorbea hubiese creado su Facultad no en Chile sino aquí en la primera mitad del siglo XIX. Aquí tuvimos que esperar casi ciento cincuenta años más para tener nuestra Universidad y el primer Departamento de Matemáticas.
Hoy la Facultad de Chile es una institución de élite internacional que ha formado, y sigue haciéndolo, a buena parte de los ingenieros y científicos chilenos que después desempeñan el liderazgo del sistema I+D+i y de la industria de ese próspero país. Cierto es que esa Facultad se inspira, por voluntad de Gorbea, en el espíritu elitista de la Escuela Politécnica de Paris y no en nuestro modelo de servicio público igualitario y universal.
¿Por qué a pesar de todas las dificultades que ha sufrido, Chile se ve hoy más vital, más optimista, más próspero que Euskadi? ¿Por qué allí la innovación no es sólo de catálogos y páginas web sino también de verdaderos proyectos tecnológicos en los que los industriales y los científicos trabajan conjuntamente, en torno a la misma mesa? ¿Por qué a pesar de arrancar de una dictadura aún más reciente que la nuestra la clase política ha sabido apostar con más decisión por el I+D+i, eligiendo las herramientas adecuadas para hacerlo? Chile por ejemplo ha lanzado el programa internacional “CORFO” que atrae a grandes centros tecnológicos y científicos internacionales de prestigio a que abran nuevas sedes y desarrollen su trabajo allí, llevándolo directamente a la innovación en el seno de la industria chilena.
¿Por qué en lugar de inspirarnos y colaborar con los mejores aquí nos sentimos siempre obligados a repartir menguantes dividendos entre los que estamos? Tal vez esto último explique un poco esa tradicional emigración que nos honra, pues ha ampliado los contornos de nuestro callejero, pero que también nos ha ido vaciando de muchos de los mejores. ¿No es acaso natural que, ante ese panorama, quienes realmente se sienten emprendedores e innovadores, busquen otros horizontes para desarrollar sus vidas y sus proyectos profesionales?
Euskadi es pequeño mientras que Chile es enorme, delimitado por la majestuosa cordillera de los Andes al este, el desierto más árido del planeta, el de Atacama, al norte, la Antártida al sur y el inmenso océano Pacífico al oeste. Pero no estoy seguro que este flujo de talento haya tenido lugar y siga drenándonos sólo por una cuestión de tamaño sino más bien de actitudes hacia lo que es el futuro, lo nuevo, lo incierto.
Ójala seamos capaces de darle la vuelta pero, estando allí, y a pesar de las enormes carencias de la sociedad chilena que tanto tiene que hacer para asegurar la igualdad de oportunidades, evitar la discriminación de los homosexuales y las minorías étnicas y un estado del bienestar un poco mejor distribuido, tuve la sensación de que el futuro será más generoso allí.
Tal vez todo esto sea porque, como dijo Pablo Neruda (1904-1973), poeta chileno y Premio Nobel de Literatura 1971: “Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”.