Enrique Zuazua | 07.12.2023. Imanol es un nombre que resuena como idóneo para un candidato a Lehendakari y para ejercer tan alta responsabilidad. No faltarán aspirantes en unas elecciones competitivas que, sin duda, exigirán el máximo rendimiento de los finalistas, quienes deberán destacar como verdaderos líderes.

Ya en la ikastola un compañero de clase llevaba este nombre, capturando mi atención desde el primer día, tal vez porque el mío siempre me pareció pertenecer a otra época y mundo. La vida nos plantea desafíos desde el primer minuto, y aceptar y abrazar la herencia biológica y el nombre que se nos asignan al nacer es el primero de ellos.

Imanol sonaba armonioso, euskaldun, natural, sin resultar forzado. Encajaba perfectamente con la personalidad de nuestro compañero, que destacaba como buen escolar y por su amabilidad, aunque no fuera el más hábil en los deportes del recreo. Su hermano menor, también en la misma clase, era muy buen portero. Éramos pocos en el aula, a pesar de que la compartíamos niñas y niños nacidos en el 60, 61 y 62, si no recuerdo mal. Algunos, sobre todo algunas, se convertirían después en personas muy relevantes.
Aunque solo fueron dos años en esos locales, que hoy apenas son lonjas ocupadas por algún comercio o garaje, fueron suficientes para forjar los cimientos de nuestras convicciones de manera indeleble. Las andereños, mujeres jóvenes, eran inteligentes y dulces, tratándonos con un cariño sincero, incluso a los más revoltosos, y alguno lo era terriblemente. Eran sustituidas antes de que terminara el curso, y aunque nunca conocimos las razones exactas, intuíamos que tenía que ver con el viejo régimen, al que aún le quedaban diez años de vida, y su injusta justicia, que se respiraban con desagrado en nuestras casas, donde siempre se consideraron ajenos e impuestos.

La ikastola ocupaba uno de los vértices de un triángulo urbano curioso, reflejo de nuestras más profundas contradicciones. Situada frente a la plaza de toros, cuya pared escalábamos, siempre me resultó fea y fuera de lugar, pues no encajaba en el angosto y desordenado urbanismo y sociología de una ciudad cuyos contornos mi mente, para entonces, ya había retratado. Existía (debe existir aún) la Peña Taurina, de lo que deduzco que no todos compartían esa percepción. Ahí sigue de hecho la plaza, semiabandonada, pendiente de que alguien dé a ese espacio, privilegiado por su ubicación y amplitud, un uso más adaptado a los tiempos y su gente. Ojalá sea nuestro alcalde actual. El tercer elemento era y sigue siendo la casa-cuartel de la Guardia Civil. La plazoleta de enfrente, entonces sin coches, era nuestro patio del recreo, un estadio olímpico en la época para nuestra escala, que hoy resulta ser poco más que una ancha acera.

Las andereños nos adiestraron para que en el patio habláramos siempre en euskera, con independencia de la presencia de los uniformados, quienes nunca nos recriminaron por hacerlo. A pesar de la oscuridad que se vivía en aquella absurda época, los guardias, posiblemente, veían en nosotros lo que éramos: niñas y niños de 4 a 6 años. A cambio, las andereños, a pesar de su obvio compromiso político, nunca mostraron resquicio de odio alguno. Eso se cultivaría después, en la escuela del balcón de casa, ante el espectáculo constante de las manifestaciones populares, cada vez más vibrantes y masivas, y una represión que se profesionalizaba sin cesar, de manera ostentosa.

Nunca supe si la ikastola era por entonces legal, ilegal o simplemente alegal. Pero cuando entramos al colegio a segundo de básica, se dieron por buenos los dos años anteriores, como quien corre un tupido velo. Recuerdo mi frustración en la pequeña prueba de acceso que el director del colegio improvisó en su despacho frente a mi madre, que pasó un apuro. Podía sumar con agilidad en euskera pero no sabía expresarlo en castellano, cosa que se me pidió hacer. Aprender español no fue difícil, al contrario. Pronto aprendí que el pez grande siempre se come al chico, de un bocado.
Imanol fue también el nombre de referentes abertzales en la villa, ya fuera en política o en la promoción del euskera. No sabemos si en su registro decía realmente “Imanol”, ya que nacieron en una época en la que su aceptación como nombre oficial era dudosa.

Luego vinieron otros Imanoles inolvidables, como el hermano de un amigo de la infancia, afectados ambos prematuramente por el SIDA de la “movida”, que los demás consideramos siempre un peligro remoto, posiblemente erróneamente. También recordamos a un cantautor excelso, sofisticado e inteligente, que falleció demasiado joven, lejos, sin que lo llegáramos a entender.
Imanol es un nombre distinguido, noble, muy apropiado para quien aspira a representarnos en el puesto de mayor relevancia de nuestro país. Quien hoy lo ostenta como candidato me recuerda mucho a nuestro compañero de la ikastola, pero en una versión mejorada por la disciplina del deporte.
El camino que tiene por delante no será fácil. Las revueltas, el barullo y las zancadillas de la política serán numerosas, pero el reto más importante será definir un proyecto ambicioso y atractivo, que sea a la vez realista y creíble.

Este y demás candidatos tendrán que entender lo que la gente quiere, incluso sin saberlo. ¿Acaso lo sabemos los cuidadanos? Se trata pues de realizar una interpretación orientada y proyectada del sentir general, como en las encuestas sociológicas de opinión, que permita dar forma a proyectos entre los que los ciudadanos elegiremos por su estela. Supongo que, con este fin, a estas alturas, se utilizan también las herramientas de la Inteligencia Artificial. No sabremos de antemano lo que hará el próximo Lehendakari electo, y elegiremos guiados por la intuición, su trayectoria anterior y de la de los suyos, y por lo que se nos presente en campaña.

Desde la modesta perspectiva de un científico acostumbrado a la evaluación de sus pares, me gustaría ofrecer un par de reflexiones a los candidatos.

La primera es una sugerencia: que no confundan demasiado pronto a los verdaderos y sinceros apoyos con los aduladores interesados. Es un error frecuente en la política, casi humanamente inevitable.

La segunda es una constatación. Es muy difícil sacar proyectos adelante, pero es imposible hacerlo sin una visión lúcida y ambiciosa, sin una maqueta que haya superado la prueba de concepto.

La tercera es una petición: que destierren la política del mero trueque. Necesitamos proyectos, ilusión y resultados, y no un simple mercadeo. Sería deseable que se presentaran planes ambiciosos y claros, explicando, llegado el momento, cualquier cambio posterior que se produzca a lo largo de la legislatura, que se anticipa compleja, pues los acontecimientos sociales y políticos se aceleran en todos los ámbitos al son de la globalización. Pero no sería bueno que nos marearan otras tres legislaturas, ni siquiera una más, con promesas incumplidas y ponencias que no conducen más que a dilapidar recursos públicos en dossiers que luego se entierran en algún archivo, tras costosas traducciones, viajes y dietas, y llevan por tanto a la frustración.

Necesitamos confiar en nuestros gobernantes, y por ello somos exigentes. Los apoyamos por el interés común, pero con rigor. Y, hoy, como ciudadanos, evaluamos. Durante cuatro años nos tocará cumplir cada día, con civismo, disciplina y respeto, pagando impuestos en tiempos que no son de bonanza. Pero hoy somos nosotros los que decidimos.
Imanol es un nombre cargado de fuerza, propio de un líder íntegro, firme, sensible y transformador. A este se añadirán otros más o menos plausibles. Pero esta vez no podemos permitirnos el lujo de que todo quede en nada. Tendrán que convencer de que los candidatos y equipos aspirantes sí pueden. Imanol es un nombre adecuado para un buen candidato a Lehendakari, que, electo o no, espero y confío, nunca dejará de guiarse por las voces de aquellas andereños de la ikastola o de la euskal eskola, poco importa.

_
Artículo originalmente publicado el 07.12.2023 en diario Deia: Descargar artículo (PDF) || Leer el artículo en Noticias de Gipuzkoa