Los nacidos en el 1961 tenemos entre 50 y 51 años. Somos la generación del “tres en uno”. No es una denominación muy original, en efecto, ya utilizada para el clásico spray lubricante de uso doméstico para desbloquear y engrasar todo tipo de artilugio oxidado. Por el “tres en uno” me refiero a que somos la generación de transición entre tres realidades muy distintas, testigos de excepción.

Nuestros padres nacieron mayoritariamente en los años 20 y 30 y, además de sufrir una guerra civil y sus secuelas, tuvieron pocas oportunidades de estudiar y muchas veces empezaron a trabajar antes de alcanzar la mayoría de edad.

Nosotros nacimos en el 61, una promoción muy numerosa pues por entonces ya se vislumbraba una vida más cómoda que pronto traería a nuestras casas la primera televisión en blanco y negro, el teléfono (también negro) y un poco más tarde el coche. Nuestros padres se sintieron pues seguros de un futuro mejor y nos trajeron al mundo (eskerrikasko ama eta aita). Tuvimos la ocasión de estudiar en la Universidad y después se nos ofrecieron oportunidades para seguir estudiando el doctorado, ya fuese con becas o con puestos en la propia Universidad, o emprender una vida laboral sin mayor problema.

Nuestros hijos nacieron en los años 90 y ahora están acabando la Universidad. La Universidad tiene hoy muchos más recursos, está mejor organizada, ofrece oportunidades de intercambio a través de programas Erasmus y otros convenios internacionales. Además la incorporación a la Universidad es casi universal y la nuestra es bilingüe camino de un trilingüismo obligado. Se podría decir que todo el que tenga vocación universitaria puede ingresar y conseguir un diploma. Y sin embargo se encuentra con un futuro negro, con unas cifras de paro que indican que uno de cada dos de ellos tendrá dificultades enormes para encontrar un trabajo.

Nuestra generación, la del tres en uno, fue de algún modo la más favorecida al haber podido integrar estudios y trabajo sin mayor dificultad. Fue la generación de la transición entre dos realidades muy distintas, la de nuestros padres que tuvieron trabajo de sobra, incluso de niños, y pocas oportunidades de estudiar, y la de nuestros hijos que podrán estudiar todo lo que quieran pero que tendrán dificultades para trabajar.

Me pregunto que será de la siguiente generación, de la de nuestros nietos, que posiblemente nazca a finales de esta década o principios de la siguiente. Para empezar será una generación escasa pues nuestros hijos no se sentirán con la seguridad necesaria para procrear. ¿Y cual será su escenario en lo que respecta al binomio estudio-trabajo?

Para entonces habrá pasado ya un siglo desde que nacieron nuestros padres. 100 años, cuatro generaciones, y realidades radicalmente distintas pero críticas ambas. ¿Los extremos se tocan?

Esta primavera, en las Jornadas “Diálogos de cocina” celebradas en Donostia, tuve la oportunidad de escuchar una excelente conferencia del profesor y célebre psiquiatra Luis Rojas Marcos. Él nos decía que cada generación está insatisfecha de lo que tiene pero que nadie cambiaría su tiempo por el de sus antecesores 100 años atrás. Estoy seguro que tenía razón.

Artículo publicado en Deia el 05 de Agosto de 2012