banderas-mundoCada vez quedan menos banderas que reivindicar. ¿O tal vez no? A medida que las viejas enseñas se consolidan, son oficialmente reconocidas e incluso pasan a ser objetos de culto y mercadotecnia. Y van surgiendo nuevos símbolos y acrónimos a los que prestamos atención sólo cuando alcanzan impacto mediático suficiente.

Por ejemplo, hasta hace poco nadie conocía el ISIS ni su bandera. Pero rápidamente se han hecho hueco en el podio de los símbolos del horror mundial.

Otras, como la bandera de Estados Unidos, Cuba o China, forman parte de nuestra cultura desde hace décadas. Nos educamos con ellas y ahí siguen, cargadas del simbolismo de naciones y modelos económicos y sociales singulares, recordatorio de pasajes épicos, habiendo sido reproducidas en todo tipo de objetos: bolsos, gorras, camisetas,… Quien los porta, aunque a veces inconscientemente, reivindica un modelo a ojos de terceros.

En las últimas décadas hemos visto la emergencia y consolidación de otras banderas, como la del arco iris, símbolo del movimiento gay, o las de los nuevos países surgidos del resquebrajamiento de la antigua Unión Soviética.

España también se ha renovado en ese ámbito y desde hace ya cuatro décadas luce su bandera constitucional, que sustituyó a la del viejo régimen, que a su vez enterró la republicana que hoy todavía podemos contemplar de vez en cuando en algún acto conmemorativo y reivindicativo.estilo_british_2

Las banderas evolucionan con la historia de los países. Su invariabilidad es muestra de estabilidad y es relevante a la hora de consolidarse en los puestos de cabeza del ranking de emblemas y símbolos mundialmente conocidos. Si un país aspira a que su bandera sea reconocida, conviene que no la cambie con demasiada frecuencia.

Sin ir más lejos, todo el mundo distingue la bandera del Reino Unido, por ejemplo, símbolo de liderazgo mundial, capacidad de innovación y estabilidad dentro de la singularidad. Los británicos han sabido mantener su gran isla a flote de manera sobresaliente y todavía, en el reciente referéndum, se han permitido definir, una vez más, el tipo de relación que desean con la Unión Europea. El mundo ha prestado más atención a la antesala de un complejo proceso de Brexit, de consecuencias imprevisibles para Europa, que a nuestras elecciones generales de las que todo el mundo esperaba una renovación del encargo popular, casi unánime, del pasado mes de diciembre de que los líderes políticos hagan su trabajo y se pongan de acuerdo.

En esta dinámica, mientras las banderas ondean bajo la caprichosa acción del viento, unas se izan o se arrían y otras son quemadas o acribilladas por la balacera enemiga, entre todas ellas se establecen relaciones de jerarquía avaladas y remachadas por las leyes.

En España, además de la bandera constitucional, cada región y comunidad autónoma tiene la suya, lo mismo que cada pueblo y ciudad. Todas ellas están amparadas por la de la Unión Europea a la que habría que sumar la de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a la que todos pertenecemos, la Olímpica, la de las ciudades hermanadas, y un largo etc.

banderas_3

Y cada acto público ha de cuidar de manera escrupulosa, cuáles de ellas son expuestas y en qué orden.

Pero el protocolo de los actos públicos institucionales no se queda en el cuidado de las banderas y estandartes más visibles, sino que aborda también elementos más sutiles, pero no por ello menos relevantes, a la hora de marcar posiciones en eventos de transcendencia.

Sin ir más lejos, el pasado mes de marzo se celebró la séptima edición del Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), en San Juan, la capital del Estado Libre Asociado (de los Estados Unidos de América) de Puerto Rico. La sesión inaugural fue presidida por los reyes de España y el gobernador de la isla y no se trataba de un evento fácil ni exento de simbolismo.

Alguno de los elementos de los discursos del acto de apertura, incluido el del monarca español, mostraron a las claras que el evento pisaba la raya de un terreno de juego claramente marcado y delimitado por poderes que no estaban representados de manera visible.

denario_trabajo

En el reverso de este denario romano del siglo II podemos ver varios estandartes romanos (vexilo) término del que deriva la ciencia que estudia las banderas, la vexilología.

Puerto Rico es uno de los países del Caribe con raíces culturales e identidad más identificadas a la lengua hispana, y a la vez uno de los pocos que no goza de soberanía plena, estando subordinado en muchos ámbitos a los designios de Washington.

Las alusiones del director del Instituto Cervantes y del rey Felipe VI en sus discursos inaugurales hacia Puerto Rico como territorio estadounidense y no como parte de Hispanoamérica causaron polémica no sólo en la isla sino entre todos los que con interés siguen la evolución de las lenguas sobre la superficie del globo y su vínculo con el reparto estratégico del poder.

Mientras el primero hizo alusión a que se trataba de la primera ocasión en que un Congreso de la Lengua no se celebraba en Hispanoamérica (!), el segundo dijo alegrarse de regresar a Estados Unidos (!), lo cual sacudió fuertemente el sismograma de la identidad del pueblo puertorriqueño.

flags_of_our_fathers_2En Euskadi tenemos también nuestra propia e intransferible intrahistoria de lenguas y banderas.

Hace ya tres meses, saltaba la polémica cuando los organizadores del mediático concurso Eurovisión prohibieron que la ikurriña fuese expuesta en esa última edición.

Muchos vascos se lo tomaron solo medianamente en serio sabiendo que la decisión tenía poco recorrido -de hecho, un día más tarde los organizadores daban marcha atrás-, conscientes además de que se trataba de una excelente propaganda gratuita de nuestra enseña, que habría sido imposible conseguir sin la torpe colaboración de quienes se aventuraron a situar la ikurriña entre los símbolos proscritos. Fue tal el éxito viral de la insensata decisión que podría pensarse que fuese parte de una sofisticada campaña prediseñada de promoción internacional de lo vasco.

Las horas que siguieron a la polémica y estéril decisión estuvieron cargadas de múltiples movimientos de profundo calado simbólico. Y es que, a la vez que el Gobierno Vasco, el de España protestó de manera enfática por la arbitraria decisión. Nunca sabremos cuánto pesó la queja de cada uno de los gobiernos en la marcha atrás de la organización, pero lo cierto es que quedó claramente afianzado el carácter oficial e indiscutible de nuestra bandera, subordinada, eso sí, a la bandera constitucional española.

En pocas décadas hemos pasado de ser testigos y protagonistas de apasionadas guerras de banderas en las plazas de cada municipio a tomar conciencia de que es muy difícil escapar al orden mundial presente. La defensa de la ikurriña desplegada por ambos gobiernos no es gratuita ni caprichosa, sino reflejo de la legalidad vigente.

El paralelismo cronológico en nuestra evolución de país y la de los ciudadanos que crecimos con la transición resulta patente. Hemos pasado de la rebeldía incondicional con todo a constatar que el status quo establecido es difícilmente alterable y que este último tiene tendencia a imponerse en el medio y largo plazo.

Nuestra bandera, la ikurriña, está a salvo. No así nuestra identidad, íntimamente vinculada a un bilingüismo asimétrico que se ha cronificado.

Eurovisión ha levantado el veto a que la ikurriña sea expuesta durante el concurso, sí. Pero la Unesco sigue considerando el euskera una lengua vulnerable y lo es.

El artículo original fue publicado en el diario DEIA el 16 de agosto de 2016 y puede encontrarse en este enlace.El artículo original puede descargarse en PDF desde este enlace.