Esta mañana al salir a por el pan me he encontrado con Peru. Nos conocemos desde que coincidimos en la Universidad. Él era sin duda el mejor de la clase, pero no acabó la carrera.
Aquellos años universitarios fueron complicados pues las tradicionales lechugas de ensalada fueron sustituidas por otra hierba que comenzó a consumirse profusamente.
Fue una época en que la realidad y a la ficción competían incesantemente. Inolvidable aquella sesión radiofónica que narró en directo el intento de golpe de estado de Tejero. Muchos, incluido el locutor, pensamos que era chiste hasta que, poco a poco, el tono de los acontecimientos y del relato adquirió dramatismo. Algo así como lo que ocurrió con las Torres Gemelas el 11S. Hubo que hacer un esfuerzo de credulidad para dar por verídicas aquellas imágenes propias de una escena de una película de catástrofes, como “El coloso en llamas”.
Peru quedó ya, por entonces, “un poco colgado”, como se suele decir. No sé si dejó la carrera por la hierba o si fue al revés y se abrazó al incandescente vegetal tras dejar de estudiar. La cuestión es que hace ya más de treinta años de eso y sigue en las mismas.
La pasión que demuestra por su “baratza” (huerta) no creo que sea explicable solo por los tomates y las lechugas que hace crecer; excelentes por cierto. Nunca me he creído que, como dice, no use ningún aditivo químico en el cuidado de sus siembras pues otros me dicen que es imposible hacer crecer un tomate impoluto por medios naturales sin que sea marcado por algún limaco. Los de Peru no sufren de ese síndrome y de ahí las dudas.
Pero como yo sé que era un genio para la Ciencia, malogrado, eso sí, no puedo poner en duda que también en la huerta tenga habilidades especiales.
La cuestión es que el otro día, fruto de un arrebato de inspiración, natural y espontánea, tal vez estimulada por esos humos mágicos que casi siempre le acompañan, me llevó de paseo por Zorrozaurre. Me quería contar algo.
Pensé que me hablaría de un nuevo noviazgo, pues los anteriores nunca prosperaron. O que tal vez me anunciaría su paternidad. Pero no. Me comunicó en tono ceremonioso, que se había autodeterminado. No soltó prenda hasta que llegamos a la punta de la península que pronto será isla. Y, francamente, aunque el paraje me apasiona, ese día habría preferido una narración más expeditiva.
Quise entender lo que me quería decir. Peru no sólo era un genio frustrado, sino que era un apasionado de la política, forjado en aquellos años en que las revoluciones estaban a punto de acontecer en todo momento, en cada esquina. Pero tampoco aquellas andanzas le salieron bien.
Lo mismo que no tenía la disciplina para el estudio, los exámenes, los horarios, y la rutina que la Universidad exige, tampoco la tenía para ser funcionario, o para militar y prosperar en aquella política que pronto comenzaría a convivir con la administración pública de la gestión pura y dura.
Peru era ideal para soñar y argumentar aquellos cambios necesarios y siempre incipientes que nunca se darían, para hacer planes tan perfectos como irreales, para predecir el desarrollo en el medio y largo plazo de un proceso que nunca se desencadenaría. En eso era insustituible y sus discursos eran para los demás una gran escuela; nos quedábamos con lo que podíamos y lo usábamos en nuestro día a día, que era un poco más real aunque menos épico que el suyo.
Peru fue “abertzale” desde la cuna y siempre tuvo claro que su revolución no pasaba por la violencia. La única fuerza que se permitía utilizar era la del pensamiento y el verbo profuso, que emanaba de su humeante cerebro. Nadie que lo hubiese escuchado en aquella época podría olvidarlo.
El otro día lo vi cansado, envejecido. Tal vez él me viese a mí igual. Pero creo que, objetivamente, tantos años de soledad le han pasado factura, aunque su “baratza” le proporcione una chispa de ventaja.
La cuestión es que Peru se ha autodeterminado. Cuando le oí me eché a reír hasta que me cortó para explicarme y el puzle empezó a encajar.
Sus tres frustraciones son el no haber conseguido afianzar una pareja y familia, el no haber seguido la carrera de científico, y el no haberse hecho un hueco en nuestra política.
Creo que podría haber vivido con cualquiera de ellas, o con cualquier combinación de dos. Pero haber errado en las tres está acabando con él.
Pero poco podemos hacer los demás, o al menos yo, más que escuchar e intentar entender.
Peru, y en eso creo que no es el único de nuestra generación, está decepcionado de cómo ha evolucionado nuestra política, que ha dividido a los que en su día tenían inquietudes en tres ámbitos, según él. El primero, el de los que han impregnado el quehacer político de tanto realismo que ya no se sabe si van a por Rolex o a por setas. El segundo el de los que hasta hoy siguen manteniendo un discurso anti-sistema, de insumisión, que tal vez sea explicable en las nuevas generaciones y movimientos emergentes, como él reconoce, pero que difícilmente se entiende cuando proviene de los que llevan más de treinta años sin haberle dado la vuelta a la tortilla. Y luego está el tercero, como él mismo suele decir, su sector, el de los desencantados, el de los que han quedado fuera del juego político y han ido viendo como la fiesta decaía.
Pero él, que no pertenece a ninguno de los dos primeros, tampoco puede siquiera estar cómodo en el tercero. Ha decidido pues autodeterminarse pues constata lo difícil, si no imposible, que está siendo hacer despegar una sociedad distinta.
Un tema que le atormenta es que, cuando casi estaba prohibido, el euskera fuera nuestra lengua y ahora que cuenta con apoyo institucional, la mayoría, en la práctica, le de la espalda. Yo intento tranquilizarlo con argumentos pseudo-matemáticos, diciéndole que se trata de una dinámica periódica, sinusoidal, y que tal vez estemos en un valle, tras años en la cima. Pero eso le irrita. Él no cree que los tiempos vayan a cambiar o que lo vayan hacer a mejor. Piensa que, en el fondo, el pez gordo siempre se come al chico. Yo insisto en que no, que hay muchos ejemplos en la naturaleza de que no necesariamente es así, que el efecto mariposa es posible. Pero él no lo cree.
Sin duda se siente como un pez muy chico ahogado en una pecera demasiado grande y llena de peces muy gordos.
Esa es su mayor frustración pues, dice, sin euskera todos sus demás proyectos – ¿o ficciones? – no tienen sentido.
De nuestra política, que sigue atentamente por internet y también hablando con unos y otros, le interesa el debate sobre autodeterminación, aunque más bien desde un punto de vista filosófico. No podría ser de otra manera para alguien tan apartado de la realidad.
Peru es muy sensible al argumento de la interdependencia que solía mencionar el alcalde Azkuna. El asunto le carcome. ¿Y si fuera verdad?
También percibe con claridad el cambio de los tiempos, los efectos de la globalización, y critica a aquellos que proponen hojas de ruta imposibles en un pequeño país, como suele decir, que depende al 95% de la energía que importa de fuera. Pero soporta menos a los que, basándose en ese argumento, se abandonan al “laissez-faire”.
Me habló una vez más de su tercera vía, que no entiendo bien. Tampoco sé por qué es la tercera y no la quinta o la décima.
La cuestión es que, si comprendí bien, él ha decidido autodeterminarse, lo cual a mi me suena a lo que hizo ya hace treinta años, apartándose del mundo, viviendo como un casi-ermitaño. Su mensaje sigue resultando, tanto tiempo después, igualmente disonante para los que somos, en el fondo, convencionales.
No entiendo a Peru, pero a estas alturas he decidido que es de los mejores amigos que tengo y que eso no tiene precio ni admite condiciones. He decidido pues ir a verlo a su “baratza” una vez al mes, a poder ser por la mañana, que es cuando está más lúcido y yo con más paciencia. Lo haré por amistad pero también, en gran medida, por puro egoísmo, pues reflexionar sobre sus ensoñaciones me hace, en el fondo, mucho bien.
Artículo publicado originalmente en Zazpika el 2 de agosto de 2015.