No siempre nos ven como creemos. Ni se comprende siempre lo que pretendemos por mucho que nos impulse la razón. Y, a veces, en cómo nos ven también hay mucho de cierto. Todos tenemos que aprender. Eso se deduce del diálogo con un madrileño…
– Dime Antonio, ¿cómo sabes si alguien que te encuentras en el aeropuerto es vasco?
– Es fácil. Puede llevar un atuendo de esos de las películas recientes sobre vascos. Si no, por la nariz, ¡jajá! Y, si habla, está tirado.
– Aparte de esos detalles superficiales (narices, atuendos y acentos), ¿cómo ves a los vascos?
– Cómo os veo, querrás decir.
– Bueno, se supone que en esta entrevista virtual yo soy neutral.
– Tú no puedes ser neutral. Ya sabes que siempre he pensado que la mayoría de los vascos sois españoles ejemplares.
– Eso que dices, Antonio, es políticamente incorrecto.
– Te aseguro que así lo vivimos en Madrid.
– Madrid es muy grande.
– Sí, es una ciudad estupenda.
– Bueno, en algunos barrios está un poco descuidada.
– En efecto, no tenemos la fortuna de que todo esté tan cuidado como en Euskadi.
– Ya veo que usas el término Euskadi sin complejos.
– ¿Y por qué no? Sabes que, como muchos madrileños, soy de los que creen en la multiculturalidad, aunque en mi caso se reduzca a un manejo razonable del castellano y un tanto rústico del francés y del inglés.
– ¿Estudiaste francés en la escuela?
– Sí, en la pública de Vallecas, que era una buena escuela. Soy de tu quinta, no lo olvides, y en la época se estudiaba francés. El inglés, en el bachillerato, de esas maneras.
– Pero, hablemos en serio, ¿Nos ves distintos?
– Lo mismo que son distintos los gallegos, catalanes o andaluces.
– Entonces el hecho diferencial…
– Qué aburrido sería si todos fuéramos iguales. Tú siempre te has preocupado por recordar tus orígenes.
– Los que pertenecemos a minorías nos sentimos obligados a reivindicarlo. Los vascoparlantes lo somos.
– Los eibarreses querrás decir. Nunca olvidaré aquellos Sanjuanes. Nunca había visto tanto ajetreo en un lugar tan pequeño. Le llamabais “ambiente”.
– Eso es el ambiente por excelencia. Pero creo que no reparaste en lo más singular de
Éibar, que son todos sus talleres.
– Creo, Enrique, que te estás haciendo mayor. Muchos de los talleres que me enseñaste estaban cerrados hace tiempo.
– Es que ahora hemos migrado a otras actividades tecnológicas que ocupan menos espacio.
– Ya era hora. Pero tú mismo me dijiste que habéis perdido un porcentaje considerable de la población.
– En efecto, somos menos hoy que cuando éramos críos.
– Pues eso sí que me da pena y me cuesta entender. Si nuestra familia hubiese vivido aquí, no habríamos tenido dos hijos sino cuatro o seis.
– La verdad, con ese estilo que luces, franco y seguro de ti mismo, a la vez que inofensivo, tú también podrías ser de Éibar; o de Bilbao.
– Debe ser de los veranos que hemos pasado con vosotros aquí. Te recuerdo, de todos modos, que tenéis más de un camarada que no se caracteriza precisamente por ser inofensivo.
– Eso ya forma parte del pasado.
– Te equivocas, hay aún demasiadas heridas abiertas. Eso se recordará por mucho tiempo y a estas alturas es difícil de aceptar por nadie que eso vaya a vuestro favor.
– Sin duda. Pero hay también una cuestión política que resolver.
– Ahí sí que me pierdo, Enrique. ¿Cuál es el problema?
–Lo sabes, Antonio, el encaje territorial y político.
– Ahí ni te entiendo, ni creo que merezca la pena que hablemos de eso. Mejor de fútbol.
– El tema está pendiente.
– Sinceramente, lo que sé es lo que hay. Las encuestas dicen que pocos vascos aspiran a la independencia, concepto, por otra parte, trasnochado.
– Digan lo que digan las encuestas, la cuestión es que en el Parlamento Vasco hay una clara mayoría favorable a ampliar la autonomía actual, cuando menos.
– Euskadi tiene un nivel de autonomía envidiable que no creo que vaya a ampliarse.
– Pues la demanda está ahí.
– Es posible, pero, ¿has reparado acaso en la composición del hemiciclo de las Cortes en Madrid?
– Ahí reside el problema.
– No veo problema. Todos los grandes estados, y España lo es, arrastran contradicciones, reivindicaciones insatisfechas. Nada hay de malo en ello. Un Estado no es el cielo.
– Desde luego. ¿Pero no merecería la pena hacer un esfuerzo adicional?
– Sinceramente, veo otras prioridades. El sistema educativo al que tú y yo hemos dedicado toda nuestra vida es un buen ejemplo. Mira lo que dice el Informe Pisa.
– Sabes que los vascos nos hemos entregado allá donde hemos estado. A mí me tocó la Universidad y ahí sigo, aquí y allá.
– Sí, y a mí el Instituto, pero no por eso soy más lento que tú resolviendo problemas de cálculo mental.
– Bueno, lo nuestro es más abstracto.
– Sí, menos mal que mantenéis un vínculo estrecho con la industria y la tecnología, pues de lo contrario, tanta abstracción…
– Veo que en el ámbito de la Ciencia tu juicio es más equilibrado que en el de la política.
– Te equivocas. Lo que ocurre es que los vascos con la política estáis pasados de rosca.
– Igual tenemos una vuelta de tuerca más pendiente…
– No os veo yo pinta… Yo os veo bastante cómodos. Fíjate si impera el confort, que te han mandado para Alemania pues aquí no hay espacio para gente como tú.
– Ya sabes que uno no conoce su destino hasta el final. Pero te gusta nuestra tierra.
– Vuestra tierra es hermosa, pero cada vez más, como todas, es más de todos.
– Demográficamente, quieres decir.
– No solo, también culturalmente. Sé que es un tema que te duele, pero te recuerdo, como te hice ver el verano pasado, que a pesar de la gran inversión que se ha hecho, el euskera no despega.
– Es una lengua diferente y difícil, y su nivel de uso depende mucho del lugar. – Ya, pero si no la usáis ni vosotros, que vengáis luego echándonos la culpa…
– Ahí tenemos, en efecto, tarea pendiente. Lo sabemos.
– Yo que vosotros me dedicada a eso y no al “raca-raca”: Si no, acabaréis como en el País Vasco francés.
– ¿A qué te refieres?
– A que lo vasco se reduce casi al simbolismo.
– Confío en que no sea así.
– Lo veo complicado con la globalización. Si no fuera por Latinoamérica, ni el español tendría el futuro asegurado.
– Como siempre, has acabado hablando del futuro.
– Sí, como tú.
– Tal vez por eso seamos tan amigos, aun siendo tan distintos.
– Sinceramente, no creo que seamos muy distintos en una escala global. ¡Menos reparar en la diferencia y más en lo que nos une!
– Pero para seguir unidos todos hemos de estar cómodos.
– Te lo digo desde el afecto. No veo ninguna razón por la que no lo estéis. No creo que los españoles vayan a hacer más esfuerzos.
– Tal vez los equilibrios políticos, los intercambios de votos necesarios aquí y allí…
– Eso es otra cosa. Desde el punto de vista de la Política, con mayúsculas, creo que el tema está resuelto. Otra cosa es que en los regates en corto…
– Tal vez sea así como se forjan los cambios, paso a paso.
– Sinceramente, creo que deberíamos enfocarnos juntos en cosas más importantes: buena educación para todos, al máximo nivel mundial, por ejemplo.
– Bueno, sobre eso no tenemos necesidad de discutir.
– Sí, quedémonos con eso. Tú me enseñaste el lema: “Da y difúndelo”.
– Sí, “Eman ta zabal zazu”, es el lema de la Universidad pública vasca en la que me formé.
– Pues eso, menos pedir y más dar y difundir.
El artículo original fue publicado en el Diario DEIA el viernes, 3 de enero de 2020, y puede descargarse en PDF desde este enlace.