La doble tarea de los matemáticos consiste en formular las cuestiones correctas y dar con respuestas rigurosas, aunque sean parciales. No creo que en esto nuestra labor sea esencialmente distinta a la de los expertos de las demás disciplinas de las Ciencias, las Artes y las Letras que constituyen Jakiunde. La genial Sofia Kovalévskaya (1850-1891) aludió ya a este tema cuando dijo que “me parece que el poeta ha de ver lo que otros no ven, mirar más hondo que los demás. Y el matemático ha de hacer lo mismo”.
Las Matemáticas se guían por dos fuerzas, una interna y propia en la que las teorías buscan compleción y coherencia; y otra, resultado de las complejas interacciones con todos los demás ámbitos del saber. Así, las Matemáticas son una disciplina científica distinguida y a la vez constituye el lenguaje de todas las demás.
Jakiunde se ocupa de todos aquellos ámbitos del saber que hacen al humano una especie distinta y distinguida. El humano lo es por su capacidad de desarrollar lenguajes que nos dotan de capacidades casi infinitas de comunicación. Pero nuestra vida y las complejas estructuras sociales de las que nos hemos dotado para asegurar una mejor supervivencia de la especie necesitan también de las Matemáticas. Contamos y cuantificamos casi todo y no podríamos vivir sin hacerlo.
Así, las Matemáticas han formado parte de nuestra cultura desde sus más remotos orígenes. El movimiento de los planetas, el comportamiento de los materiales, las leyes que determinan la evolución de las especies, nuestra compleja estructura mental, los mecanismos de comunicación y la estructura de nuestras lenguas, la armonía musical, han sido siempre objeto de estudio por parte de los matemáticos desde las antiguas Babilonia, Egipto o Grecia.
Las matemáticas han sido y son hoy una disciplina vigorosa que no ha sido ajena al devenir de nuestra civilización. Grandes escuelas han surgido para después extinguirse o transformarse y migrar a otras culturas en una dinámica que hoy todavía continua, centrando los esfuerzos en temas cambiantes, de manera entrecruzada, dando a veces con conexiones inesperadas entre las diferentes áreas y grupos de investigación.
A mediados del siglo XX surgió la Matemática Aplicada de la mano de una generación de sobresalientes científicos, liderados en gran medida por el irrepetible matemático húngaro-estadounidense John von Neumann (1903-1957), que asumieron la tarea de acercar las Matemáticas a los grandes retos de nuestra civilización y de hacerlo de la mano de los ordenadores, inicialmente ideados por el matemático y filósofo inglés Alan Turing (1912-1954) sobre la base de prototipos anteriores que se remontan al menos a Blaise Pascal (1623-1662), y que proporcionaban una capacidad de cálculo ya por entonces inimaginable, si bien aún setenta años después ésta sigue creciendo incesantemente.
Nacía así un nuevo paradigma científico que no sólo permitió abordar nuevos y más ambiciosos problemas sino que acabó transformando las entrañas de nuestra propia ciencia y civilización. Hoy ya esa distinción entre las Matemáticas más puras y las más aplicadas es casi inexistente pues esa nueva visión, ese nuevo método de hacer ciencia que combina teoría y computación, es ya universal y lo impregna todo. Así, las Matemáticas han dejado de ser, si algún día lo fueron, una disciplina aislada, confinada en sus propias fronteras, para constituir un área sumamente viva, versátil, permeable, en interacción con todos los demás ámbitos del saber y con importantes territorios comunes con todos ellos en los que cohabitan no sólo matemáticos sino científicos de todas las áreas.
Esta tendencia no hará más que crecer en las próximas décadas pues los retos a los que nos enfrentamos para garantizar la supervivencia de nuestra especie de un modo sostenible y compatible con las leyes naturales son enormes: energía, cambio climático, salud, economía, ingeniería, telecomunicaciones, organización social, etc. son sólo algunos de los ámbitos en los que las Matemáticas son cada vez más necesarias.
Las Matemáticas nos ofrecen hermosos teoremas, a veces harto complejos, y, con frecuencia, sólo accesibles a los más grandes especialistas. Pero también destilan fórmulas y recetas que son las que al final llegan codificadas y transformadas en algoritmos computacionales a nuestras vidas en forma de nuevos herramientas de comunicación, avances transcendentales en salud, o modos de transporte más seguros y menos contaminantes. Las dos caras de las Matemáticas, la interna y la externa, son cada vez menos distinguibles hasta hacerse una, como en la banda del matemático y astrónomo alemán August Möbius (1790-1868), e inciden de manera creciente en nuestras vidas. Lo hacen de manera casi invisible, lo cual no es más que una manifestación más de su enorme poderío al que han aludido todos los grandes de la Ciencia como Albert Einstein cuando se preguntó “¿Cómo puede ser que las matemáticas, siendo después de todo un producto del pensamiento humano independiente de la experiencia, estén tan admirablemente adaptadas a los objetos de la realidad?”
Sin duda esta realidad dual de desarrollo interno y hacia el exterior de la disciplina, en un cada vez más rápido galopar, es también propia a todos los demás ámbitos del saber. Se trata muy posiblemente de una de las características más propias de la época en la que vivimos en la que la globalización imparable ha dado lugar también a una crisis no sólo económica y financiera sino también de valores y modelos, pero también a una nueva explosión en el ámbito del saber. La humanidad se encuentra ante la imperiosa necesidad de redefinirse para seguir existiendo tras haber intentado negar la realidad que imponen las propias leyes naturales, incompatibles con un crecimiento desmesurado, inconsciente e irresponsable. Nos queda mucho trabajo por delante para dar con un nuevo modelo y en esto los científicos en general y los Matemáticos en particular tenemos mucho que decir.
En efecto, las Matemáticas encuentran en este ámbito un gran nicho para el estudio. Los matemáticos trabajamos con modelos, pequeños escenarios de números y letras, y en su análisis podremos tal vez dar con algunas de las claves de lo que pueden ser modos de organización y relación social más duraderos.
Pero no sé si llegaremos a tiempo. Las matemáticas son lentas, los matemáticos lo somos, pues caminamos en el áspero asfalto del rigor y hemos de reconocer que, a pesar de tantos siglos de avances científicos, acelerados en las últimas décadas por la contribución de las Ciencias de la Computación y los ordenadores, aún hay muchas cosas que se nos escapan.
Hemos desarrollado gran capacidad para entender algunos de los grandes problemas de la Física, de la Química, Biología y demás Ciencias. Hemos creado la ingeniería que nos ha permitido construir la fascinante sociedad en la que vivimos, conducidos muchas veces por personas que no conocen de sus reglas analíticas pero que saben, a través de las Humanidades y Ciencias Sociales, hacer un compromiso con la intangible e imprevisible elasticidad social y la voluntad de las personas. Pero, a pesar de todo ello, aún difícilmente podemos modelar, simular y predecir el comportamiento de las personas y de los pueblos, infinitamente más complejo que el de las partículas de agua o de aire. Tal y como señaló George Steiner en su discurso de recepción del Premio Príncipe de Asturias 2001 de Comunicación y Humanidades, “… algunos problemas son más grandes que nuestros cerebros. Eso puede ser una preocupación, pero también es una fuente de esperanza.” No podemos pues más que seguir trabajando para llenar ese hueco de conocimiento entre lo que sabemos y lo desconocido al que ya aludió el gran Isaac Newton (1642-1727) cuando dijo que “Lo que conocemos es una gota de agua; lo desconocido un océano”.
Jakiunde surge en el ámbito de lo vasco, de sus gentes, de sus territorios, entendiendo como tales aquellos en los que aún nuestra ancestral y maltrecha lengua sobrevive. Lo hace como una pequeña singularidad en un planeta que galopa hacia la globalización, en el que los idiomas más extendidos degluten a los más pequeños, de manera inconsciente, sin reparar en la irreversible pérdida que supone cada lengua que desaparece. Nuestras piedras, nuestras plantas y pájaros hablan euskera, siempre lo han hecho, y se sorprenden a diario de que los humanos que habitamos estas tierras hayamos dejado de hacerlo, del mismo modo que ya no distinguimos las diferentes especies de árboles o peces.
Pero las Matemáticas nos enseñan que las realidades son tozudas, que los sistemas dinámicos son con frecuencia no lineales y por tanto difíciles de predecir pues lo que hoy parece un punto muerto sin retorno puede mañana ser lugar de efervescente vida. Es por eso que cada uno de los que componemos Jakiunde, como afortunados representantes de un sinfín de personas que viven y trabajan como nosotros, cada uno dedicado a su ámbito, su disciplina, su entorno familiar, sus aficiones y también, como no, a sus demonios y fantasmas, nos hemos reunido en un nuevo foro, pues sabemos que, quien siembra tal vez un día recoja algún fruto. Y en Jakiunde sembramos, no todos lo mismo, ni siquiera por lo mismo ni para lo mismo, pero sembramos valores como los del trabajo, la dedicación, la pasión, la persistencia, la escucha, el diálogo y la creatividad.
Jakiunde es singular por reunir a las Ciencias, las Artes y las Letras. Tal vez sea el foro apropiado para reflexionar sobre preguntas como la que plantea nuestro colega Bernardo Atxaga en el hermoso poema que lleva por nombre “37 preguntas a mi único contacto al otro lado de la frontera” cuando se plantea si “¿tienen los peces abisales presentimientos acerca del sol?”. Fue de hecho en este poema en el que nos inspiramos para definir el lema del Centro BCAM (Basque Center for Applied Mathematics) que dirijo y que reza “Matematika mugaz bestalde”, algo así como “Matemáticas, al otro lado de la frontera”.
Jakiunde es también singular por su realidad trilingüe. De nuestras tres lenguas, la más frágil, la menos extendida, el euskera, es la más nuestra, la que es casi exclusivamente sólo nuestra, la que nos aporta una identidad que, de lo contrario, se nos escurriría de las manos, como el inasible humo. Todos necesitamos de objetos, seres y sentimientos pequeños y frágiles a nuestro alrededor. Eso nos hace ser más cuidadosos, más sensibles, más humanos y sentirnos más en paz. También necesitamos saber quiénes somos y conocer la lengua de nuestros pájaros y peces por si algún día nos perdemos en algún aeropuerto virtual. En Jakiunde tenemos ese tesoro que cuidamos, cada uno a nuestra manera porque las palabras no significan lo mismo en todos los idiomas, aunque los diccionarios digan lo contrario, pues “bihotza” no es lo mismo que “corazón” ni “coeur”, ni “umea” lo mismo que “niño” o “enfant”, ni “herria” lo mismo que “pueblo” o “peuple” o “arria” que “piedra” o “pierre”. No sabemos lo que deparará el futuro y tampoco nos podemos hacer responsables de ello pues todos los miembros de Jakiunde hemos posiblemente vivido hoy ya más de la mitad de lo que nos correspondía en el incierto sorteo de la vida.
A mí el trecho desde la cuna en Éibar hasta Jakiunde se me ha hecho corto, tal vez por haberme dedicado con pasión al estudio, a la búsqueda del infrecuente descubrimiento. Pero seguiremos en ello, a la vez que intentaremos consolidar nuestros centros para la ciencia allí donde nuestros antepasados levantaron muelles y talleres.
Nos hemos reunido en Jakiunde para hacer balance y mirar al futuro con orgullo y optimismo. Ezina ekinez egina reza el lema en lo alto de uno de los edificios de la nueva Plaza de Euskadi de Bilbao. Y muy bien podría ser el nuestro, el de Jakiunde: Ezina ekinez egina.
El artículo original, en euskera, fue publicado el 26 de Octubre del 2011 en el número 1 de la revista JAKITERA de la Academia Vasca de las Ciencias, de las Artes y de las Letras, Jakiunde.