El genial Xabier Lete en su disco “Kantatzera noazu” (1976) publicó su mítica canción “Izarren hautsa” (Polvo de estrellas). Cantada y musicada desde entonces por otros muchos, incluido el inolvidable Mikel Laboa, es hoy un himno a la vida, a la condición humana y a nuestro breve paso por la superficie de este planeta.
“Izarren hautsa egun batean bilakatu zen bizigai” (El polvo de las estrellas se convirtió un día en germen de vida) dice, aludiendo al origen químico de nuestra existencia biológica.
La canción explica también el papel del humano-hormiga, incansable hacedor de la sociedad a la que pertenece: “Eta horrela bizitzen gera sortuz ta sortuz gure aukera, atsedenik hartu gabe” (Y así vivimos, creando y recreando nuestro ámbito. Sin descanso.)
En el relato de esa canción todos reconocemos a nuestros seres más queridos que un día se materializaron, a partir del polvo de estrellas para, durante un tiempo, transitar por el planeta, dejando una huella, condenada a desaparecer, pero no por ello menos importante e insustituible para los que tuvimos el privilegio de compartir con ellos
La canción también alude a nuestra terca necesidad de entender un mundo cuya complejidad nos supera irremediablemente, ocultando nuevos misterios en cada doblez que conseguimos desplegar: “Ekin ta ekin bilatzen ditu, saiatze hortan ezin gelditu, jakintza eta argia” (Busca afanosamente la sabiduría y la luz, sin conocer el descanso).
Xabier Lete indicaba ya entonces, hace casi cuarenta años, el camino a seguir, subrayando que el futuro pasa por la ejemplaridad en el desempeño individual y en el conocimiento: “Gizonen lana jakintza dugu: ezagutuz aldatzea” (El trabajo humano es conocimiento: conocer y transformar). Y nos señalaba también el lugar donde siempre se oculta el tesoro, la naturaleza: “naturarekin bat izan eta harremanentan sartzea” (Hermanarse con la naturaleza y llegar a desvelarla).
Con esas palabras el poeta y cantante narraba lo que ha sido el devenir de numerosas generaciones de vascos, siempre fuertemente vinculados a nuestro entorno natural, lo cual, paradójicamente, con frecuencia, nos ha llevado lejos de estas diminutas tierras en busca de parajes semejantes pero más extensos.
Y apelaba también a la necesidad de elegir el camino correcto, dejando de lado las vías sin salida: “..amets eroak bazterturikan, sasi zikinak behingoz erreta bide on bat aukeratzen.” (Eliminando absurdos. Desbrozando el camino para avanzar hacia el objetivo).
Hoy esa canción forma parte de nuestro acervo cultural y alcanza su máximo sentido en el momento del adiós a los que nos dejan y que, como el propio Lete, han sido únicos, irrepetibles.
En estos días despedimos al joven y brillante astrofísico eibarrés Javier Gorosabel Urkia (1969-2015) y, al hacerlo, es imposible no evocar la canción.
Javier nació hace cuarenta y cinco años en Eibar. Ya de niño, de manera autodidacta, se dedicó con pasión a escrutar el universo, desde las laderas de Ipurúa y Arrate.
Es imposible entender los mecanismos por los que la naturaleza siembra en algunos pocos humanos el genio, la extrema inteligencia, que les permite contribuir, de manera inesperada, sin explicación alguna, con nuevos y sorprendentes descubrimientos, al avance de una disciplina científica.
Javier fue uno de esos pocos afortunados. Hermano menor de una familia numerosa, trabajadora y euskaldun, estaba destinado, ya desde muy joven, a ser nuestro científico más reputado en el noble campo de la astrofísica.
Javier, como todos sus hermanos, perdió a su aita demasiado joven, y fue criado en un ambiente de honradez, en la cultura del esfuerzo, del trabajo y de la responsabilidad. Sobre esas bases forjó una personalidad única, combinando pasión, inteligencia, dedicación y generosidad.
Tras diplomarse en nuestra universidad, UPV/EHU, completó su licenciatura en la Complutense de Madrid, el doctorado en Valencia y emprendió una carrera internacional en Dinamarca, Países Bajos, y Estados Unidos, que pronto le convirtió en uno de los científicos de referencia mundial en su campo.
El Instituto de Astrofísica de Andalucía en Granada le ofreció las condiciones de retorno a España, donde ocupó, tan modesto como agradecido, una plaza de Investigador Científico del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). A través del Consejo Javier formó parte de la élite mundial del campo, participando en los más audaces proyectos internacionales. Javier era bien conocido en los mejores observatorios.
Habiendo alcanzado su madurez profesional y personal quiso volver a Euskadi para poder seguir dedicándose a la ciencia y a transmitir su pasión por la exploración del espacio a los más jóvenes, aquí. Siendo una persona agradecida y leal, quiso hacerlo manteniendo su adscripción al CSIC, conservando así el acceso a los mejores observatorios de todo el mundo, compartiéndolo con nuestros jóvenes más vocacionales.
Javier, al volver, no buscaba confort sino sólo la oportunidad de trabajar en su tierra. Tal vez, por todos los años de diáspora, se sentía un poco en deuda con quienes lo criaron con generosidad infinita.
Le bastaba poder volver y seguir participando en esos proyectos internacionales pioneros que le mantenían en guardia las noches más propicias, viendo a través de los ojos de los mejores telescopios del mundo, a la caza de un nuevo descubrimiento, como los que le hicieron célebre en el ámbito de los estallidos cósmicos de rayos gamma.
Su retorno no fue fácil, como el de casi todos los que un día emprendieron el periplo internacional, sin reparar en las dificultades que un futuro retorno podría entrañar.
Pero también supo hacer cuajar ese proyecto integrándose en el grupo de investigación de Ciencias Planetarias de la Escuela de Ingenieros de la UPV/EHU, que tuvo la inusual grandeza de acogerlo, sin caer en el absurdo temor de que su brillante carrera pudiera hacer sombra.
La luz no puede generar oscuridad. Y Javier era luz.
Su tiempo con nosotros fue corto pero suficiente para que todos fuésemos testigos de su inigualable talento y capacidades, trilingüe perfecto como era, en euskera, español e inglés, en el orden en que se formó y cultivó en esas tres lenguas.
Aquí montó el programa BEGIRA que ha permitido a jóvenes universitarios vascos experimentar, en compañía de un lobo de las estrellas como él, una noche de búsqueda de un evento inesperado en el universo más lejano, a través de las instalaciones internacionales más punteras.
Todavía el pasado mes de Octubre impartía una conferencia, hoy accesible en internet, en la última Semana de la Ciencia, sobre los fenómenos más energéticos del universo. Lucía brillante, lleno de vitalidad y humor.
Basta echar un vistazo a su página web en Ikerbasque (Fundación Vasca para la Ciencia), aún casi al día, para ver que el pasado año publicaba una docena de artículos en las mejores revistas internacionales, incluida la célebre “Nature”.
Pero estas Navidades fue llamado inesperadamente, esta vez de manera definitiva, a su última misión, con destino a algún remoto y desconocido lugar del espacio que desde niño exploró. El pasado 21 de Abril emprendió el viaje.
Los que aquí nos quedamos lo hacemos impotentes por haber perdido al mejor científico vasco, frustrados por no haber podido disfrutar más tiempo de su compañía.
Nos solíamos cruzar con frecuencia, temprano por la mañana, cuando atravesábamos Bilbao en direcciones opuestas para ir a nuestros despachos, pues al científico el descubrimiento ha de pillarle siempre atento. Un breve saludo bastaba para sabernos militantes del mismo equipo.
Javier Gorosabel Urkia, el eibarrés explorador de las galaxias que durante cuarenta y cinco años fue ciudadano universal, con el alma anclada en este pequeño barrio del Planeta Tierra denominado Euskal Herria, ha vuelto a su mundo en forma de polvo de estrellas, “izarren hautsa”.
Agur eta ohore, izarren jauna.
Artículo publicado en Deia, 24 de Abril de 2015
El contenido multimedia de esta entrada no aparece en el texto original publicado en DEIA que puede leerse íntegramente en este link: Jabier Gorosabel Izarren hautsa