Los días de entonces eran cortos, oscuros y lluviosos durante el invierno y largos y soleados en verano. Hoy parece que el cambio climático y la globalización, que nos lleva de un lado a otro, hace que haya menos diferencias entre las distintas estaciones del año.
Tras dos años en la incipiente Ikastola de Zezenbide y siete años en el Sagrado Corazón y Lasalle de Isasi, era el momento elegir el centro donde estudiar la secundaria. La Laboral ofrecía becas. Una de ella nos fue concedida y en Septiembre del 75 empezó un periodo de cuatro años decisivos.
Fuimos la quinta que experimentó la EGB de ocho años, el BUP de tres y, después, el COU. En la época no éramos conscientes de la importancia de la educación, que formaba parte de la rutina que cada uno desempeñábamos de manera diferente.
Para entonces ya había descubierto que no en todas las casas se debía vivir igual y que el desempeño en la escuela tampoco era el mismo para todos. Me sorprendía que algunos niños llegaran tarde a clase y que lo que era fácil para unos resultase imposible para otros.
Las dimensiones de la UNI resultaron gigantescas en relación a lo que había sido la de los centros anteriores. La Ikastola cabía en unos bajos y el colegio de Isasi ocupaba un espacio compacto, junto al de la Armería, al que se podía acceder saltando un muro, en el que cabían el edificio de aulas, el patio principal, y un rincón trasero donde estaba el foso de salto de longitud. En la UNI sin embargo los espacios eran amplios, con edificios múltiples, una pista de atletismo y un campo de balonmano de parqué que usábamos en los entrenamientos y que más tarde sería el del Arrate de la División de Honor. Fuimos unos inconscientes privilegiados. De hecho, siempre lo habíamos sido en un Éibar trabajador, repleto de valores.
La UNI supuso empezar a compartir espacio con estudiantes de ambos sexos, y también con alumnos de los pueblos de alrededor (Ermua, Elgoibar, Placencia, Bergara…) y otros muchos internos. Uno de ellos era de Vitoria que por entonces me parecía un lugar lejano. Y otros venían de haber cursado la EGB en el internado de Cheste que yo solo sabía que estaba muy lejos. Estos últimos eran fáciles de distinguir: la vida les había curtido de un modo distinto, como si les hubiera acortado la niñez que nosotros apenas habíamos empezado a despedir.
El profesorado, por su diversidad, fue también una gran novedad. Muchos de ellos venidos de fuera, otros que compaginaban la docencia en la UNI con un puesto de profesor en la entonces incipiente UPV/EHU en Leioa y algunos del propio Éibar.
Hicimos nuestros cuatro cursos como habíamos hecho los anteriores, disfrutando de algunas asignaturas y profesores y pasando de puntillas sobre otras. Era lo que nos correspondía hacer. Fueron años en los que nuestros intereses se fueron decantando.
Poco a poco el ambiente político se fue abriendo. Descubrimos que muchos profesores eran personas con convicciones, preparados, y empezamos a forjar las nuestras.
Nos tocó también experimentar la primera selectividad. El autobús nos llevó a unas dependencias de la UPV/EHU en Zorroaga. Fue una experiencia para la que no estábamos preparados. Recuerdo exámenes inesperados, uno detrás de otro y una conferencia magistral de la que teníamos que hacer un comentario de texto, impartida por un profesor que años más tarde supe que era Fernando Savater.
Afrontamos la elección de la carrera con enormes dudas pero, finalmente, bien aconsejados por la familia, elegimos lo que más nos gustaba desde pequeños, las Matemáticas.
Llegamos a Leioa casi como el primer día habíamos llegado a la ikastola con cinco años, con dos más al Sagrado Corazón y con siete más a la Universidad Laboral, sin ser conscientes de que abríamos una nueva puerta hacia el futuro.
Al final del primer curso de la carrera supimos que en la Universidad Laboral habíamos recibido una buena formación. La UNI había hecho su labor de manera sobresaliente, y a partir de entonces nos tocaba a nosotros.
Ahora se cumplen cincuenta años de la inauguración de la Laboral, de la UNI, y han pasado más de treinta y nueve desde que iniciamos nuestra andadura en ella.
Quienes trajeron la Laboral a Éibar hicieron una labor histórica, en una época llena de contradicciones.
Nunca he dejado la UNI, aunque las instituciones en las que he estudiado, trabajado o tenido oportunidad de crear, hayan cambiado de nombre. Sigo dispuesto a seguir haciéndolo, como me enseñaron, generoso en el esfuerzo, distintivo de un Éibar universal.
La aportación de Enrique Zuazua en el libro sobre la Universidad de Éibar puede leerse clicando la imagen inferior.
Puede descargarse el libro sobre los 50 años de la Univesidad Laboral de Éibar