“Empachos” les decíamos de pequeños en una terminología que aún hoy se usa en nuestra costa.
Cuando el aparejo de pesca se enreda de manera endiablada, el término “nudo” no basta para describir la compleja configuración que adquiere, de manera súbita e inexplicable. Decir nudo sería simplificar en exceso pues el sedal se enmaraña de manera tan enrevesada en un instante que, para describir la configuración casi caótica que adquiere hace falta un término que refleje una mayor complejidad: empacho.
Un empacho es algo así como una cascada de nudos entrelazados cuya característica principal es su fuerte irreversibilidad. E irreversible es todo aquello que no tiene vuelta atrás. Aunque en el saber popular se suele decir que sólo la muerte lo es, algunos de esos “empachos” de aprendices de pescador acaban no teniendo remedio.
Y lo cierto es que, ya sean nudos o empachos, el nilón puede, espontáneamente, generar un ovillo de difícil liberación. Y eso hace que el pescador principiante aprecie aún más las virtudes del clásico carrete (imposible olvidar los míticos “Sagarra” que hoy en día ya no se producen), otro de esos artilugios mecánicos básicos no lo bastante apreciados y admirados, cuya única fuerza motriz es la muñeca del pescador que empuja la manilla, haciéndolo girar a la vez que emite un zumbido húmedo, al ir envolviendo el nilón cubierto de una fina película de agua.
El carrete puede liberar el sedal para lanzar el aparejo con plena libertad, propulsado por la elasticidad y longitud de la vara de la caña. Y a la hora de recoger, ya sea con presa o sin ella, permite rebobinar rápidamente, envolviendo el hilo sobre sí mismo en círculos ordenados.
Pescar con un simple aparejo manual, sin la ayuda del carrete mecánico y de la caña, aumenta el riesgo de empachos.
Y una vez materializado el empacho hay sólo dos soluciones posibles: Una, es entregarse con paciencia a liberarlo; todo un ejercicio iniciático. Otra, la más drástica, solución rápida y de emergencia, es la de “cortar y pegar” como hacemos ahora con los procesadores de texto en los ordenadores.
Desenredar los empachos exige pertrecharse de infinita paciencia y ciertas dotes de observación y de comprensión de la geometría tridimensional.
Los nudos, en efecto, son también objetos de estudio en Matemáticas. Y no es para menos. Si ya es difícil liberar un nudo en el espacio tridimensional en el que vivimos, imaginemos la complejidad que éstos pueden adquirir en espacios abstractos de mayor dimensión.
Al intentar liberar un nudo, el riesgo, a poco que uno yerre, es contribuir a su engorde, igual que en la vida misma.
La tentación de “cortar y pegar” es vieja y se recoge ya en la leyenda del nudo gordiano.
Según ella, los habitantes de la antigua Frigia, en la actual Anatolia turca, eligieron al campesino Gordias como rey quien, al fundar Gordio, dejó atados su carro, lanza y yugo como ofrenda a Zeus en señal de agradecimiento, y estableciendo que quien liberara el nudo, sería el conquistador de Asia. Fue Alejandro Magno quien resolvió el enigma cortándolo con su espada y exclamando: “Tanto monta cortar como desatar”.
Pero, si bien ese principio de la igual validez de las soluciones drásticas frente a las más pausadas, meditadas y elaboradas, puede ser cierto en las andanzas bélicas, no lo es del todo en lo que al sedal respecta, pues la opción de “cortar y pegar” deja irremediablemente en el aparejo un pequeño nudo, indispensable para atar los dos cabos, y que a la larga se convierte en un estorbo y generador de nuevos empachos.
Conviene pues entregarse a la noble tarea de liberar el nudo pacientemente para después rebobinar de nuevo cuidadosamente el sedal, para que recupere la elasticidad que tiende a perder mientras permanece asfixiado en el embrollo, lo mismo que el pelo muere en la coleta que no se libera a tiempo.
Pero, más allá de estas experiencias propias de inexpertos depredadores marinos, la relación entre el ser humano y los nudos es antigua. Desde los orígenes de la civilización los nudos sirvieron en todo tipo de instalaciones y construcciones y todavía hoy nos acompañan permanentemente: el nudo del zapato, el de la corbata, el de la pulsera o collar, los de las cuerdas que tensan la tienda de campaña, de la cordada del alpinista,…
Y es que muchos nudos, lejos de ser puramente ornamentales, o fruto del desorden espontáneo, cumplen una importante función. Es el caso de los nudos marineros caracterizados por su capacidad de sujetar el navío frente al empuje del viento y del mar pero también de ser liberados fácilmente por la mano experta en el momento de zarpar.
La historia del mar y los nudos está repleta de anécdotas. Así, nudo es también la unidad de medida de la velocidad en el mar, equivalente a una milla por hora.
Hay nudos deliberados e inteligentes, como los corredizos del cuatrero o de la horca.
Pero los nudos existían en la naturaleza antes de que el ser humano comenzara a emplearlos, como el invisible nudo de la garganta, fruto de la emoción, que ahoga nuestras palabras. Los nudos y cicatrices de los troncos de árboles nos recuerdan y señalan los lugares en los que antes hubo una rama.
Los nudos, los lazos, unen también a las personas aunque, como tales, a veces también se enredan, siendo entonces un buen corte la única solución.
Al igual que las personas, los pueblos se suelen hermanar a través de lazos, de nudos, que a veces acaban ahogando la libertad que una relación bilateral sana exige para cada una de las partes.
En este ámbito, en las últimas décadas hemos sido testigos de la liberación de algunos de estos nudos internacionales de modo que, por ejemplo, mientras Alemania se refundía, la antigua Unión Soviética y Yugoslavia se desmembraban. Nudos liberados, barreras y nexos diluidos…
Recientemente hemos sido testigos de excepción de cómo uno de los nudos más endiablados y duraderos comenzaba a derretirse lentamente, al emprenderse tímidamente el camino del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los EEUU, proceso que ahora nuevamente entra en un impasse tras el cambio de liderazgo de los EEUU.
Han sido cincuenta años de un nudo en los que, como siempre, los perdedores han sido los ciudadanos. Un nudo símbolo del enfrentamiento entre dos modelos políticos, económicos y sociales y que ha dado lugar a muchos momentos épicos, a inolvidables páginas de la historia.
Y es que los nudos se caracterizan por su carácter dual. Sumamente complejos en apariencia, casi imposibles de liberar, se deshacen casi solos si la cuerda se empuja por donde entró.
Así son también los nudos socio-políticos que separan a los pueblos. Poco tiempo después de desaparecer resultan artificiales, inexplicables e incomprensibles, al tratarse con demasiada frecuencia del fruto de la terquedad humana y de intereses políticos y económicos espurios.
Es pronto para predecir qué ocurrirá cuando el nudo cubano se haya deshecho por completo pero, con certeza, la isla preservará su riqueza y hermosura, la fertilidad de su tierra y cultura, y encarará el futuro con confianza.
No puede haber temor para el país cuna de la Nueva Trova Cubana, o de Compay Segundo, nieto de esclavos, que no necesitaba componer pues soñaba la música que sonaba nítida en su cabeza al despertar, o cuyo deporte, ballet y medicina han sido ejemplo.
Una indispensable mirada crítica debería ayudarnos a constatar que, una vez que los nudos artificiales de los intereses políticos y macroeconómicos ceden, es la cultura la que sostiene a los pueblos.
El artículo original fue publicado en el semanario 7K el 2017/04/02 y puede descargarse en PDF en este enlace.