Fragmento del cuadro "La Vida" de Pablo Picasso 1903.

Fragmento del cuadro “La Vida”, de Pablo Picasso (1903).

Muchos de los que han reflexionado sobre el asunto afirman que el final de la vida de los humanos puede ser de tres tipos. Inesperado para algunos, a los que la muerte llega repentinamente. Para la mayoría, el final, más o menos anunciado, suele ofrecer la última oportunidad de hacer balance. Y los que gozan de esa última ocasión se dividen entre los que se despiden con un saldo positivo o los que lo hacen con uno más bien negativo.

Es por eso que conviene repasar de vez en cuando y orientar nuestro vivir a entrar en el segundo grupo de los que, en caso de tener la oportunidad, harán balance positivo.

La flecha del tiempo es irreversible, impide que volvamos atrás a borrar o modificar acontecimientos pretéritos pero, a la vez, nos regala con la experiencia, con la memoria, que nos permite ser cada vez más sabios y así abordar el futuro con más probabilidades de acercarnos al destino final de un balance satisfactorio.

La hermosa y famosa película de Benigni “La vida es bella” (1997), ganadora de varios Óscar, narra la historia a la vez tierna y atroz de un padre judío que hace todo lo posible para salvar a su hijo del exterminio en el campo de concentración nazi en el que han sido encerrados. Y lo consigue, a costa de su propia vida, inventando un juego infantil en el que todos los dramáticos sucesos que acompañan a su vida en cautiverio se reinterpretan como incidencias del juego virtual que, finalmente, permite salvar la vida del niño Josué.

La_vida_es_bellaLa película ejemplifica a la perfección que la vida puede adquirir sentido, ser merecedora de ser vivida, e incluso ser bella, con independencia de cómo transcurra, si hay una causa justa que perseguir de manera ejemplar y consciente.

Pero la mayoría de nuestras vidas son menos épicas y transcurren en la rutina en la que es difícil, en ausencia de grandes retos, desplegar un plan tan ingenioso y ambicioso.

Fue el arquitecto, dramaturgo y activista político inglés John Vanbrugh (16641726), quien pronunció la famosa y lapidaria frase: “La costumbre es la ley de los tontos”.

Con ella nos advertía del riesgo de no dar contenido suficiente a la vida, más allá de la acumulación y concatenación de tic-tacs del reloj, sin que nunca lleguemos a tomar conciencia de que todo tiene un final.

Tal vez Vanburgh estuviese en lo cierto. Pero la mayoría nos conformamos con encadenar días de modo que todo acontezca de la manera más previsible y ordenada posible.

John Vanbrugh

John Vanbrugh

Y es precisamente en ese vagar por la vida que la pregunta adquiere particular relevancia: ¿En el probable caso de no morir de repente, demasiado joven y sin tiempo para hacer balance, cuál será el nuestro? ¿Consideraremos que, a pesar de los numerosos sinsabores, la vida fue bella, que mereció ser vivida, o, por el contrario, cerraremos el último capítulo del libro con la sensación de que perdimos la única oportunidad que se nos dio?

La importancia de la cuestión se amplifica cada día en este siglo en el que, inmersos en una creciente escalada tecnológico-científica que conduce a la globalización, son cada vez más los estímulos que se convierten en excusa para dar la espalda a la inexorable pregunta final.

Es por eso que la cuestión cada vez ocupa más a pensadores y sabios de todas las áreas. Todos ellos, de un modo u otro, llaman la atención sobre la necesidad de vivir la vida de un modo en que el balance final solo pueda ser uno: “En efecto, fue rotundamente bella”.

Lo advirtió el escritor irlandés George Bernard Shaw (18561950), ganador del Premio Nobel de Literatura en 1925 y del Óscar en 1938: “Solo triunfa en el mundo quien se levanta y busca a las circunstancias, creándolas si no las encuentra”.

Y sin duda estaba en lo cierto al advertirnos sobre la necesidad de trabajar con ahínco el día a día.

George_bernard_shaw

George Bernard Shaw

Conviene de todos modos matizar, precisar el concepto de triunfo. ¿Qué es? ¿Acaso el éxito profesional? ¿El reconocimiento social? ¿Una realización que asegure que nuestro nombre permanecerá en los anales de la historia mucho más allá del día de nuestra muerte? ¿O se trata simplemente de vivir la vida de un modo que garantice que, ante la pregunta final, la respuesta solo pueda ser una: “Sí, fue bella”?

Para la mayoría de nosotros, atados a nuestra condición de ciudadanos de clase media de una sociedad relativamente avanzada, la síntesis de todas estas cuestiones y reflexiones conduce a la imperiosa necesidad de dar sentido a la vida desarrollando criterios, baremos a la hora de responder a la inevitable cuestión: ¿Mereció la pena?

La religión, la ética, la moral, vienen en nuestro auxilio. Lo hace la Católica, en la que la mayoría de nosotros nos hemos educado, con un listado de diez mandamientos de aplicación universal que constituye un manual básico.

Pero estando asegurados en gran medida la alimentación, el hogar, la educación, el trabajo y el acceso a un sistema de salud, estas reglas básicas resultan insuficientes para garantizar una resultante positiva en el balance final.

De ahí que, en este tiempo, las llamadas a “vivir el aquí y ahora” y a hacerlo errando cada vez menos, se multipliquen desde muy diversos puntos de vista. Y se nos invita a hacerlo sobre la base de la oportunidad de aprendizaje que ofrece la experiencia acumulada, y sin obsesionarnos con un futuro que no sabemos si llegará y con qué disfraz se presentará.

Una escena de la película "La Vida es Bella"

Una escena de la película “La Vida es Bella”

Guido, el padre de Josué lo sabía. La despiadada y arbitraria violencia que se vivía en el campo de concentración hacía imposible planificar en el largo plazo; se trataba pues de sobrevivir cada día y hacerlo con astucia, tratando de esquivar la guadaña de la muerte.

Con ese fin, ante las extremas circunstancias que le tocaron vivir, Guido inventó un juego. Lo pudo hacer porque con anterioridad había cultivado su imaginación, jugando a las adivinanzas con un amigo doctor con el que luego coincidiría en el campo de concentración, convertido en el agente de las SS que elegía los presos que iban a morir.

Vivir el hoy y el ahora era y es compatible con jugar a las adivinanzas y entrenarse para inventar un juego que nos sirva de ruta alternativa cuando la realidad se hace insoportable.

Somos los únicos animales capaces de hacerlo. Como seres vivos, estamos confinados en el mundo de lo real, del espacio-tiempo, pero se nos ha dado también la extraordinaria capacidad de construir mundos virtuales que podemos además compartir, transformándolas en proyectos colectivos.

“Vivir el hoy y el ahora” no es sólo “vivir la vida”, sino que es, sobre todo, hacerlo con el rigor de quien usa su inteligencia para consumir la rutina de manera consciente, dueño de la misma, acumulando y compartiendo sabiduría, acercándose gradualmente a una respuesta positiva para la inexorable pregunta final: “Sí, fue bella. Y mereció la pena”.

Simón Bolivar

Simón Bolivar

En ese empeño, en todas las culturas, en todos los tiempos, han surgido pensamientos y modos de vivir impares e innovadores, con frecuencia mal entendidos, cuyo valor sólo ha sido reconocido tiempo más tarde, pero que han asegurado a sus protagonistas una respuesta radicalmente positiva a la pregunta final, contribuyendo también de ese modo a que así fuera para sus contemporáneos y las generaciones venideras.

Todo está dicho. Morir no es prueba de haber vivido e, “imposible”, con frecuencia, solo significa que no hemos encontrado la solución.

Hoy, sin tiranías aparentes, es más difícil que nunca. Lo dijo Simón Bolívar: “Más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía”.

Y es que, en efecto, la libertad es una gran oportunidad, acompañada del reto de mantener el equilibrio, sin la ayuda que supone la presión del enemigo opresor.

En libertad todo es más difícil pues las opciones son infinitas. Pero es también más factible encontrar la ruta que conduzca al final con la rotunda sensación de que mereció la pena, de que fue bella.

Guido lo supo hacer y Josué lo entendió perfectamente, expresándolo así años más tarde: “Ese es el sacrificio que hizo mi padre. El regalo que tenía para mí”.

El artículo original fue publicado en el semanario Zazpika el domingo 4 de junio de 2017 y puede descargarse en PDF desde este enlace.